“Trabaje gratis”, dice el cartel. Unas luces de neón lo acompañan, parpadeantes, con la intención de hacerlo más vistoso, pues no es algo que haya que pedir con la boca pequeña. Quién sabe, a lo mejor el parpadeo de colores le aturde y pierde por fin todo el sentido y el valor de las cosas. Igual hasta se queda ciego de principios, derechos y convicciones, pasando a formar parte del engranaje de explotación que parece regir muchos de los puestos de trabajo en España.
Simplificando: la esclavitud ha vuelto; está de moda. Y esta vez sin necesidad de cadenas o latigazos intimidatorios, porque las cabezas gachas y la dignidad ausente vienen de serie. Una pandemia que a muchos interesa que no se erradique porque aumenta los ingresos de unos pocos, a costa del esfuerzo de la mayoría.
“Son las circunstancias” o “es la situación”, son las excusas que legitiman estas propuestas deshonestas. Situación y circunstancias que sólo tienen en cuenta un lado, obviando la necesidad ajena. En unos pocos años hemos pasado de un escenario donde ser mileurista era estar mal pagado a convertir la misma cantidad en una meta aspiracional. ¿Qué ha pasado? El coste de la vida no se ha abaratado y la preparación de la gente ha ido en aumento. ¿Tan poderosa ha sido la crisis como para reprogramarnos enteros?
La necesidad alimenta el trabajo precario. (DP)
En mayo de 2016, el presidente de la CEOE, Juan Rosell, afirmó sin titubeos que el trabajo “fijo y seguro” era “un concepto del siglo XIX”; en el futuro, matizó, habrá que “ganárselo todos los días”. Una reflexión a la que llegó después de asegurarse una subida de su sueldo como consejero de Gas Natural Fenosa −empleo arduo donde los haya−, de un 64% o, lo que es lo mismo, 208.000 euros brutos al año.
Si así se expresan los representantes de la patronal, no sorprende que el mercado laboral se llene de ofertas cuya retribución se basa en palmaditas en la espalda y cuentas bancarias a cero. “Así coges experiencia” o “al menos te entretienes” son los argumentos con los que tiran por tierra el Artículo 35 de nuestra Constitución: Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo (…) y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia. Repetimos: “remuneración suficiente” y no palabras de aliento. Porque el verdadero reconocimiento se refleja en la nómina.
Una nueva realidad no retribuida
La revista Fortune recogía hace unos años una peligrosa idea: “Quienes trabajan gratis tienen más ambición, más hambre que aquellos que perciben un salario. Y además son más creativos”. Una propaganda que viene a decir que la ausencia de sueldo implica un mejor desarrollo personal. Personal y no físico, pues habrá que ignorar la necesidad de comer todos los días.
Las contadas ofertas que aparecen anunciadas en periódicos o webs de empleo tienden al oscurantismo. Un estudio realizado por UGT Barcelona demostró que el 71% de los anuncios no hace mención al sueldo y más de la mitad, el 52%, no incluye el horario. Al mismo tiempo, el 30% no especifica la jornada y el 13% omite, incluso, el tipo de contrato. De esta forma, los potenciales candidatos acuden a la cita en clara desventaja y muchos terminan prestando sus servicios, engatusados por un discurso que apela a la buena fe, sin concretar retribución alguna. Al parecer, los sueldos de hoy en día son conceptos etéreos que cuesta cuantificar, más habituales en la imaginación del trabajador que en su cartera.
La triste realidad demuestra que, en caso de queja, te señalaran la puerta. Sin represalias o consecuencias para el que explota porque, si no quieres trabajar gratis tú, en la oficina de empleo hay mucha más gente haciendo cola.
Para comprobar lo estrafalario e indignante del asunto, basta con acceder a unos cuantos portales de empleo para encontrar ofertas de lo más peregrinas, de esas que piden currículos interminables a cambio de sueldos irrisorios y, en ocasiones, una ilusión y voluntad inquebrantables: requisitos indispensables para trabajar “por amor al arte”.
Las ofertas de trabajo precarias o abusivas son cada vez más frecuentes en portales de búsqueda de empleo. (CA)
Un ejemplo de claro de esta desvergüenza lo encontramos en el anuncio de una empresa ubicada en Madrid, concretamente una tienda de ropa, que busca una dependienta de agenda liberada, dispuesta a cubrir festivos, puentes, fines de semanas y otros días a decisión del contratante. Además de exigir una disponibilidad completa, la oferta remata tan apetecible plan con un periodo de prueba de dos meses, donde el sueldo brillará por su ausencia (pese a realizar cuarenta horas semanales). Todo esto con el hándicap añadido de que la afortunada joven deberá alcanzar un nivel de ventas afín a las expectativas creadas. En caso de superar tan escasos requisitos, cabría la posibilidad (tal vez), de empezar a pagarle aquellos días que, sin preaviso, trabaje a partir de entonces. Real y verídico.
Los periodistas y redactores son otro de los sectores más perjudicados, enfrentándose a diario a ofertas de tipo vocacional, o lo que es lo mismo, retribuidas en “promoción personal, sueños y otras cosas bonitas”. No es raro encontrar anuncios que busquen a gente dispuesta a redactar 10 artículos diarios (con un mínimo de 350 palabras), totalmente originales y bien documentados por el suculento precio de 60 céntimos la pieza. Los más generosos redondean al euro, un pago que motiva a cualquiera a ofrecer su ingenio. Como entendiendo que cualquier trabajo implique creatividad, se hace por pura satisfacción personal. No vas a esperar cobrar por algo que te gusta hacer, ¿verdad?
Las empresas digitales también recurren a este tipo de prácticas, confundiendo el hecho de que su contenido se comparta en la red con la misma gratuidad a la hora de pagar a sus empleados. Una de las últimas en ofrecer este tipo de vacantes ha sido la web La Ración, en cuya página necesitan desde escritores a dibujantes, pasando por maquetadores y comentaristas deportivos. “Este es un proyecto que defiende Periodismo Serio”, anuncian, “pero también es mucho más que eso, tenemos una desorbitada vocación de Justicia”. Con muchas mayúsculas pero poca coherencia, ya que aspiran a formar un equipo que trabaje gratis aunque eso sí, persiguiendo la justicia por encima de todo (hasta de sus empleados).
En Twitter se pueden encontrar más anuncios similares bajo la etiqueta #gratisnotrabajo o #falsoempleo, esta última nacida como una iniciativa de FACUA para luchar contra las ofertas laborales fraudulentas.
Negarse a aceptar una oferta de empleo sin contraprestación económica, lejos de escandalizar, está empezando a generar sentimiento de culpa. Ha dejado de ser una ofensa a nuestra valía para convertirse en sometimiento. Visto más como un favor o un motivo para estar agradecidos donde oponerse significa no querer mejorar. En definitiva, no poner de tu parte. La tiranía es un concepto que sólo existe en tu cabeza, siendo tu deber el aferrarte a la ilusión de que todas esas horas de esfuerzo terminarán por repercutir positivamente de algún modo (algún día). Es la malograda esperanza que, forzada por la escasez de oportunidades, amenaza en convertirse en Síndrome de Estocolmo.
Muchos de estos mal llamados “empleados” (con todas las obligaciones y pocos de los derechos) viven oprimidos, soportando el abuso por miedo. Miedo a perder lo poco que les queda. Sus días los guía –sin saberlo− la “indefensión aprendida”, lo cual no es más que un estado de depresión motivado por la desesperanza. La persona aprende, como consecuencia de sus circunstancias, a ser pasivo. Siente que no puede hacer nada por mejorar y asume las injusticias por considerarlas insorteables: se da por vencido.
Esta derrota anticipada surge después de un período prolongado de emociones negativas. Un ejemplo que escenifica esta conducta es el de las ranas y el caldero. Se ha comprobado que si se introduce una rana en agua hirviendo, ésta hará lo posible por escapar; en cambio, si se empieza con el agua fría y gradualmente se va aumentando el calor hasta que el agua hierve, la rana no se moverá. Del mismo modo, la indefensión aprendida es un proceso que se desarrolla de forma gradual hasta que, poco a poco, carcome las fortalezas psíquicas hasta el punto de doblegar la voluntad.
Para demostrar lo fácil que la indefensión aprendida puede actuar, una profesora realizó el siguiente ejercicio en clase. Dio una palabra a sus alumnos, los cuales debían reordenar las letras para obtener una nueva palabra o, lo que es lo mismo, resolver el anagrama. Por ejemplo: Animal = Lámina; Cero = Ocre; Cosa = Saco. Sin que lo supieran, la mitad de la clase recibió una palabra sencilla de resolver y la otra mitad, una que no tenía solución. Así, el primer grupo realizó la tarea rápidamente, levantando la mano para indicar que había terminado, frente a la confusión y la frustración del otro grupo, que se veía incapaz de avanzar.
La profesora volvió a repetir el ejercicio con las mismas condiciones, dando al primer grupo una palabra sencilla y otra irresoluble para el segundo. Para cuando llegaron a la tercera palabra que, esta vez, era la misma para toda la clase, el grupo que había estado en desventaja anteriormente, obtuvo un peor resultado. En sólo cinco minutos, su confianza había quedado afectada, predisponiéndose al fracaso. Creyeron que, efectivamente, eran incapaces de resolver una tarea que estaba a su alcance.
Los constantes desencantos y la precariedad del mercado laboral producen el mismo efecto y, como las ranas, vivimos en un caldero de agua que empieza a hervir sin que parezca que vayamos a intentar escapar.