La Navidad es la celebración que conmemora el nacimiento de Yehošuaʕ en Belén (Bet Leḥem), anteriormente dioses paganos, y es uno de los rituales más importantes de los países occidentales de cultura cristiana. Millones de personas de estos países celebran el tiempo de Navidad desde el 24 de diciembre con la “Nochebuena” hasta el 6 de enero con “el día de los reyes magos” (en España 2 meses antes), sean creyentes o no, no les queda mas remedio. Como tantas otras festividades de cristianas, la Navidad ha padecido un proceso de secularización hasta nuestros días, pero esto no ha impedido que se mantenga un ritual público con características y expresiones propias de lo religioso.
Anthony F.C. Wallace definió la religión como “creencias y rituales relacionados con seres, poderes y fuerzas sobrenaturales”. Por “sobrenatural” se refería a algo más allá de lo observable y verificable, inexplicable en términos ordinarios; los “seres sobrenaturales” habitan fuera de nuestro mundo material y lo visitan de vez en cuando; los “poderes sobrenaturales” son ejercidos por estos seres o simplemente habitan en objetos y personas. En la Navidad también participa lo sobrenatural: Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás (Odín) entrega regalos a todos los niños del mundo en una sola noche. Este tipo de creencias, sin embargo, son consideradas infantiles -solo un niño podría creer que un buen comportamiento es observado por un ser omnipotente y es de esta forma recompensado por lo que más desea, ¿no?-. Al margen de esto, a partir de cierta edad, los niños tienen que pasar por uno de los primeros ritos de paso que le llevan a la edad adulta en la cultura occidental, que es comprender que no hay nada de sobrenatural en la figura de Papá Noel. Se trata de un rito de paso en el que se pueden distinguir tres fases: la separación (el niño se entera por sus padres o compañeros del colegio), la liminaridad (proceso por el que un niño digiere la inexistencia de estos seres) y la incorporación en el siguiente escalón del proceso que le llevará a la edad adulta en la sociedad.
Pero, pese a que el adulto de las sociedades occidentales cristianas no cree en la existencia de Papá Noel, si lo hace en otros seres y fuerzas sobrenaturales. Los rituales y creencias que permanecen ya no son tanto un intento de entender fenómenos que no podían explicarse por referencia a la experiencia diaria, como sugirió Edward Burnett Tylor, sino, como diría Malinowski, una manera de reducir la ansiedad, disipar los temores y ayudar a enfrentarse a las crisis de la vida. Dicho de otra manera, la religión, la “magia” y los rituales sirven a las necesidades emocionales, y no tanto, a las explicativas, puesto que los avances científicos propias de esta cultura las satisfacen en gran medida.
Interpretación simbólica del ritual de la Navidad
Según Victor Turner, en Símbolos en el ritual ndembu, un ritual es una “conducta formal prescrita en ocasiones no dominadas por la rutina tecnológica, y relacionada con la creencia en seres y fuerzas místicas”. Mientras que el símbolo es “la más pequeña unidad del ritual {…} una cosa de la que, por general consenso, se piensa que tipifica naturalmente, o representa, o recuerda algo, ya sea por la posesión de cualidades análogas, ya sea por asociación de hecho o pensamiento”.
Para Turner, la estructura y propiedades de los símbolos pueden deducirse a partir de tres clases de datos: forma externa y características observables; interpretaciones de los participantes en el ritual; contextos significativos elaborados en su mayor parte por el antropólogo.
Más extensamente, intrincados en los valores éticos del cristianismo, se interpreta el árbol de navidad -y todos los demás símbolos decorativos de la casa particular y del pueblo o ciudad donde habiten (el belén, villancicos)- con valores como la solidaridad, el amor al prójimo y la igualdad.
Sin embargo, si se aplica el análisis contextual, se observa que las interpretaciones que generalmente nos ofrecerían los participantes e informadores de la Navidad se contradicen en cierta medida con las conductas observadas. La Navidad, como otros aspectos de la vida occidental, está profundamente atravesada por actividades mercantilistas y conductas de consumo que poco o nada tienen que ver con los valores antes citados.
Los símbolos, además, no son estáticos; mutan, adquieren y se mezclan con otros significados. En la actualidad, el árbol de Navidad aglutina en sí mismo, además de los valores de origen cristiano antes citados, los valores del capitalismo y el consumo, y en cierto sentido, se mezclan tanto en lo moral y normativo como en lo estrictamente sensorial: se puede vagar y pasar gran parte del ritual navideño en centros comerciales satisfaciendo los impulsos reprimidos durante todo el año por el ahorro. Es tiempo de liberar toda la emoción que se produce al comprar regalos para nosotros y nuestros seres queridos sin reprocharnos el despilfarro. El regalo es, en este sentido, un símbolo dominante que se repite en los rituales de las sociedades occidentales, y que considerándolo como una unidad del sistema simbólico total, entra en contradicción con los valores que los informantes y participantes atribuyen en cada tipo de ritual público occidental en el que participa (aniversarios, san Valentín, Navidad). Estos símbolos dominantes llegan a absorber en su contenido de sentidos la mayoría de los aspectos principales de la vida social, y hasta cierto punto, llegan a representar a la sociedad en sí misma.
Cada individuo es consciente de este conflicto en mayor o menor medida, solo que la expresión verbal de esa conciencia está situacionalmente reprimida en el ritual: los participantes se comportan como si los conflictos generados por el sistema socioeconómico fueran irrelevantes. De esta manera, el investigador tiene que inferir los sentidos y fines del ritual basándose en el patrón simbólico y la conducta de muchos otros tipos de ritual en el contexto del sistema total.
Música en la Navidad
Según Finnegan en ¿Por qué estudiar la música? Reflexiones de una antropóloga desde el campo, la música siempre juega un papel en cualquiera que sea la cultura estudiada. Y con la música, la antropóloga, no solo se refería a la música escrita en sí misma, sino más bien intenta reivindicar el papel social de la práctica musical local por los músicos que la interpretan y por el público que la recoge.
Y el ritual de la Navidad no es una excepción, también Finnegan sostiene que “los rituales públicos dependen a menudo del simbolismo de la música para ser situados aparte del tiempo y espacio “ordinarios”, y, de esta manera ser traspuestos a la superior esfera del ritual en cuestión {…} Así, los conciertos de villancicos en las escuelas e iglesias ayudan a marcar la Navidad como una época especial.”
Conclusión
La navidad ha dejado de ser un ritual religioso y con la globalización se ha convertido en un ritual capitalista, un ritual de que dependen muchos comercios inmersos en el sistema de consumo y explotación para sobrevivir, que aprovecha los estereotipos repetitivos y ritos de paso como obligación cultural impuesta y expansiva, que crea nuevas realidades de efervescencia colectiva características de la religión, que convierte el consumo en una obligación moral y que valora el alto poder adquisitivo por encima de la buena voluntad, que puede incluso ser asimilado y utilizado por las políticas más descaradas para su mejor uso y conveniencia. La reciente pandemia provocada por el calentamiento global y el consumismo irracional, abusivo e insostenible, que tantas muertes ha provocado y tanto tiempo nos ha tenido alejado de la cadena consumista, parece no haber podido poner freno a este ritual como a tantos otros, y las consecuencias, los engaños, se han hecho notar, mas no para los que ponen los dogmas e ideologías por encima de la salud y el bienestar del conjunto de la sociedad, ni para los que miran para otro lado, ni para los que la insoliraridad les proporciona toda la felicidad necesaria. Así pues, seguimos pagando ciegamente nuestros vicios y costumbres sin importar la deuda o ruina que nos depara tal estilo de vida occidental, seguimos pensando que el mañana será mejor como así lo asegura los ritos y costumbres de la religión sobrenatural que profesamos. Un mundo sin fin basado en el etnocentrismo, la ilusión navideña mágica que tapa la realidad, un nunca despertar de la infancia, y una burbuja de fantasía para no ver a los que arden en la hoguera por nuestros pecados.