En este tercer artículo sobre la igualdad, el feminismo y el género, he querido recopilar los argumentos de dos autoras importantes sobre el tema, antes de adentrarme más (adelante) en la historia de esta lucha y corriente filosófica, y abarcar mas cuestiones. Siguiendo lo expuesto, podremos profundizar en los motivos y orígenes del feminismo, identificar las "causas del problema de esta desigualdad" y no quedarnos en la superficialidad vendida por el capitalismo, como podremos comprobar, pues el origen viene muy ligado al sistema económico, social y la herencia histórica cúltural.
Regulaciones de género, según Judith Butler
En la introducción a “Regulaciones de Género”, Judith Butler expone la problemática definición de regulación como unas dinámicas institucionalizadas que regularizan a las personas, que los hace, entre otras cosas, sujetos genéricos con géneros regulares. Siguiendo a Foucault, argumenta que el género no
preexiste a la regulación: al contrario, el género del sujeto se produce por el poder regulatorio que a la vez le da forma y lo subjetiva. Las regulaciones de género, continua, están gobernados por normas, las cuales no deberían ser entendidas como leyes o reglas, sino más bien gobiernan la inteligibilidad social, dando reconocimiento a “ciertos tipos de prácticas y acciones” y por tanto definen los parámetros de lo que debe o no aparecer en la esfera social. Dice: “el género es el aparato mediante el cual la producción y normalización de lo masculino y lo femenino tiene lugar junto con las formas intersticiales hormonales, cromosómica, síquica y performativa que el género asume.”
¿Hay alguna manera de interrumpir/alterar la normas o resistirse a su gobierno? Butler pretende que intentar estar fuera de la norma no ayuda realmente, pues los “outsiders” estan todavía siendo definidos en relación a la norma. Por ejemplo, las categorías queer de “gender blending”, (mezcla de género), e identidades tales como “problema de género”, “transgénero”, “crossgender”, “non-binary”, o “género neutro”, sugiere que el género tiene un mecanismo para moverse más allá del binario naturalizado masculino/femenino. Butler marca que el género es el mecanismo a través del cual se produce y naturaliza el binarismo de género masculino/femenino, pero la estructura misma del mecanismo ofrece espacios para deconstruir y desnaturalizar los términos. El mismo aparato da las herramientas para socavar su instauración, es un modelo que tiene las bases para desnaturalizarlo. Por eso es que se puede lograr desplazar al género más allá del binarismo naturalizado, apropiarse del género para socavar la estructura misma.
Concluye mostrando dos alternativos a la aproximación de mezcla de géneros (“gender blending”). La primera es la propuesta para una multiplicidad de género. La otra es la propuesta de Irigay (siguiendo a Lacan) por una noción de género que intenta escapar de la descripción cuantitativa de género oponiendo el sexo masculino como “el uno y único” sobre el cual los otros sexos están basados: “El sexo que no es uno” es por tanto la feminidad entendida como lo que no puede ser capturado por el número.
Posiciones simbólicas y normas sociales
Butler ataca la concepción lacaniana de una universalidad de las leyes culturales enraizadas en las reglas simbólicas y lingüísticas que son entendidas para apoyar las relaciones de parentesco. Para Lacan, la posición simbólica vive fuera de los social. Por ejemplo, Lacan insiste que la posición simbólica del padre que resulta del complejo de Edipo no debería ser confundido con la posición socialmente constituida y alterable que los padres han asumido a lo largo del tiempo.
Butler critica esta concepción de realidad simbólica que vive fuera del discurso como siendo heteronormativo y autojustificativo, en otras palabras, la articulación de un poder regulatorio: “la fuerza autoritaria que refuerza la incontestabilidad de la ley simbólica es en sí mismo un ejercicio de esa ley simbólica, una instancia más del lugar del padre”. Es claramente problemático cuando uno considera alteraciones de parentesco que desafía la norma, tales como familias con un sólo progenitor o dos del mismo sexo.
Contra esta visión, Butler discute que la norma es, de hecho, performativa: “en su necesaria temporalidad está abierta a un desplazamiento y subversión desde dentro”. Ella, por tanto, propone un deslizamiento desde una concepción simbolista de la regulación a una concepción social de la regulación. La norma de género no es un modelo que la gente intenta imitar sino un “poder social que
produce el campo de inteligibilidad de los sujetos” y el binario de género.
Normas y el problema de la abstracción
Butler mira retoma el proceso mediante el cual tratando de liberarse uno mismo de la norma resulta en un reforzamiento de la misma. Tal como Ewalds expresa: “Lo anormal no tiene una naturaleza que sea diferente de lo normal. La norma, o el espacio normativo, no conoce lo exterior”. La consecuencia inmediata es que cualquier oposición a la norma está ya contenida en la norma, y es crucial para su propio funcionamiento.
Por tanto, discute Butler que un deslizamiento de lo simbólico a lo social usando a Foucault nos conduce a un callejón sin salida. Macheray propone una visión alternativa de las normas. Las normas, según nos dice, no deberían ser vistas como abstracciones independientes sino más bien como “formas de
acción”, solo en virtud de su poder repetitivo de conferir realidad se constituye la norma como tal. En otras palabras, la norma es performativa.
Normas de género
Butler da ejemplos de procesos regulatorios a través de los cuales el género es normalizado: corrección quirúrgica para niños hermafroditas y leyes contra el acoso sexual en el trabajo. Ella argumenta que el carácter performativo de la norma permite dar lugar a la intervención social. Finalmente muestra como estos procesos exceden la cuestión del género en el sentido de que operan como una condición de inteligibilidad cultural entre las personas:
“Por tanto, las regulaciones que buscan simplemente restringir ciertas actividades específicas (acoso sexual, discurso sexual,…) desempeñan otra actividad que, para la mayoría, permanece camuflado: la producción de los parámetros de la personeidad, esto es, haciendo personas de acuerdo a las normas abstractas que al mismo tiempo condicionan y exceden las vidas que construyen y destruyen.
Así por ejemplo en la teoría de MacKinnon, el género es producido en la escena de la subordinación sexual, y el acoso sexual es el momento explícito en el que se instituye la subordinación heterosexual. Lo que esto significa, efectivamente, es que el acoso sexual se convierte en la alegoría de la producción
del género. En opinión de Butler, los códigos acerca del acoso sexual se convierten ellos mismos en el instrumento mediante el cual el género es reproducido. Butler explica como el género es normalizado a través de regulación por medio de instituciones y la ley. A partir de aparentemente leyes protectoras
pertenecientes al acoso sexual Mackinnon concluye que las estancias tomadas dentro de tales leyes solidifican una “estructura jerárquica de heterosexualidad” y para Butlers es el mecanismo que produce el género. Este razonamiento implica igualar género a sexualidad dentro de un mundo heterosexual y produce el modelo de mujer femenina y hombre masculino. Sin embargo, Butler sostiene que la práctica sexual y la presencia de transgénero destruye el nexo causal entre género y sexualidad.
Conclusiones:
1-Butler entiende al género como una norma y al sexo como una categoría lingüística divisoria entre la biológico y lo social. La norma produce al individuo, y se sexualiza la desigualdad, subordinando y condicionando la vida.
2- El género no es lo que se tiene o lo que se es, sino la normalización de lo masculino y lo femenino, construcciones sociales del sexo.
3-El género y la norma no son inalterables. El género se impone como norma su modelo binario de sexualización al que el individuo debe aproximarse en la práctica social.
4- La norma convierte las restricciones en un mecanismo, con el que las transforma y asimila.
5-El género representa las diferencias, desigualdades y subordinaciones entre hombres y mujeres.
6-La teoría Queer separa sexualidad de género y de reducirlo a una jerarquía heterosexual.
La justicia social en la era de la política de la identidad: redistribución, reconocimiento y participación, de Nancy Fraser
En el mundo de hoy parece que las reivindicaciones de justicia se dividen cada vez más en dos tipos: el primero, y más conocido, esta constituido por las reivindicaciones redistributivas (que pretenden un reparto más justo de las riquezas y los recursos); otro tipo, cada vez mas encontrado es el tipo de
reivindicación basado en el reconocimiento (minorías étnicas, raciales, género,…) Los dos tipos de reivindaciones de justicia parecen disociados; ¿redistribución o reconocimiento? ¿Política de clases o política de identidad? ¿Multiculturalismo o socialdemocracia?
La tesis general de Fraser es que, en la actualidad, la justicia requiere tanto de la redistribución como del reconocimiento, y que por separado ninguno de los dos es suficiente. Pero, ¿cómo se combinan ambos? La tarea consiste en idear una concepción bidimensional de la justicia que pueda integrar tanto las reivindicaciones defendibles de igualdad social como las del reconocimiento de la diferencia.
¿Redistribución o reconocimiento?
Redistribucion y reconocimiento tienen, desde el punto de vista filosófico, orígenes diferentes. “Redistribución” proviene de la tradición liberal, en especial a partir de la segunda mitad del s XX; mientras el término “reconocimiento” proviene de la filosofía hegeliana, donde el reconocimiento designa una relación reciproca ideal entre sujetos: uno se convierte en sujeto individual solo en virtud de reconocer a otro sujeto y ser reconocido por él. Muchos teóricos liberales de la justicia distributiva (Rawls, Dworkin) sostienen que la teoría del reconocimiento conlleva una carga comunitaria inaceptable, mientras los defensores del reconocimiento estiman que la teoría distributiva es individualizadora y consumista.
En cuanto paradigmas populares, la redistribución y el reconocimiento se asocian a políticas de clase y políticas de identidad, respectivamente. Ambos se contrastan en cuatro aspectos claves:
- ) ambos asumen concepciones diferentes de la injusticia; mientras el paradigma de la distribución se centra en injusticias socieconómicas y supone que estan enraizadas en la estructura económica de la sociedad; el de reconocimiento se enfrenta a injusticias que interpreta como culturales, enraizadas en patrones sociales de representación, comunicación e interpretación.
- ) Diferentes tipos de soluciones de la injusticia; por un lado la redistribución de los recursos y riquezas, y el otro por un cambio cultural o simbólico.
- ) Asumen colectividades diferentes que sufren la injusticia; para el paradigma de la redistribución los sujetos colectivos de injusticia son clases o colectividades similares a las clases (caso típico las clases trabajadores explotados, o el trabajo no asalariado de las mujeres) , mientras que para el de reconocimiento son los grupos de estatus weberiano (caso típico, grupo étnico de bajo estatus)
- ) Ambos asumen ideas distintas acerca de las diferencias de grupo; según el paradigma de la redistribución es necesario abolir las diferencias de grupo y lo que menos le interesa es su reconocimiento; mientras que el paradigma del reconocimiento trata las diferencias de dos formas posibles: a) las diferencias son variaciones culturales benignas, pero que una injusta interpretación ha transformado en maliciosa; y b) las diferencias de grupo no existen antes de su transvaloración jerárquica.
Al parecer esta antítesis, según Fraser, es falsa. De forma analítica podríamos encontrar situaciones sociales donde la injusticia se produce solamente por una mala redistribución (explotación social de clases del ideal marxiano) o mal reconocimiento (donde las injusticias económicas se derivan de él. Sin embargo, fuera de estos tipos ideales, nos encontramos con una “bidimensionalidad” de la injusticia arraigadas tanto en la estructura económica como en el estatus jerárquico de la sociedad, y ninguno de estas dos injusticias subsume ni se deriva de la otra, sino que ambas son primarias y cooriginales. Fraser sostiene que el género es una diferenciación social bidimensional, y que por tanto para comprender y reparar la injusticia de género requiere atender tanto a la distribución como al reconocimiento.
Una característica importante de la injusticia de género es el androcentrismo (patrón institucionalizado de valor cultural que privilegia los rasgos asociados a la masculinidad, al tiempo que devalúa todo lo clasificado como “femenino”). Como consecuencia de ello las mujeres sufren formas específicas de subordinación de estatus (agresiones,…). Así pues el género, según Fraser, refuta la antítesis de los dos paradigmas.
Bidimensionalidad: ¿excepción o norma?
Fraser también argumenta que la raza es una división social bidimensional, una combinación de estatus (eurocentrismo) y clase social (tasas elevadas de pobreza). Casi todos los ejes de subordinación del mundo real pueden tratarse como bidimensionales, aunque la exacta proporción de perjuicio económico y de subordinación de estatus debe determinarse empíricamente en cada caso. Por tanto, la superación de la injusticia en “casi” todos los casos exige tanto la redistribución como el reconocimiento, no siendo ambos mutuamente excluyentes. El objetivo debe ser, pues, elaborar un enfoque integrado de ambas dimensiones en la justicia social. La concepción bidimensional de la justicia considera la redistribución y el reconocimiento como perspectivas deferentes de la justicia y dimensiones de la misma sin reducir una a la otra. El núcleo normativo de su concepción es la idea de la paridad de participación, según la cual la justicia exige unos acuerdos sociales que permitan que todos los miembros (adultos) de la sociedad interactúen en pie de igualdad. Para que sea posible la paridad participativa es necesario cumplirse dos condiciones:
- ) La distribución de los recursos materiales debe hacerse de manera que garantice la independencia y la voz de todos los participantes (condición objetiva). Esta pone de relieve las preocupaciones de la justicia redistributiva.
- ) Los patrones institucionalizados de valor cultural expresen el mismo respeto a todos los participantes y garanticen la igualdad de oportunidades para conseguir la estima social (condición intersubjetiva). Esta pone de relieve las preocupaciones de la justicia de reconocimiento. Ninguna de las dos es suficiente por separado.
Así pues, una concepción bidimensional de la justicia orientada según la norma de la paridad de la participación recoge tanto la redistribución como el reconocimiento, sin reducir uno al otro. ¿Cómo podemos distinguir las reivindicaciones de reconocimiento justificadas de las injustificadas?
Los teóricos de la justicia redistributiva intentan elaborar criterios objetivistas como la maximización de la utilidad o a normas procedimentales como la ética del discurso; paro los teóricos del reconocimiento las de reconocimiento que refuercen la autoestima del reclamante estarán justificadas; pero esta teoría es muy floja.
Fraser, insiste en que la paridad participativa sea la norma de evaluación, sirviendo el mismo criterio para distinguir las reivindicaciones justificadas de las no justificadas. Con independencia de que la cuestión sea la redistribución o el reconocimiento, los actores sociales solicitantes deben demostrar que los acuerdos vigentes les impiden participar en la vida social en calidad de igualdad con los otros. Así mismo, la paridad participativa sirve para evaluar los remedios de la injusticia que se propongan, puesto que se debe demostrar que los cambios promovidos sirvan para mejorar la paridad de participación.
Recapitulando:
- ) El reconocimiento debe tratarse como una cuestión de justicia y no de autorrealización.
- ) Los teóricos de la justicia deben rechazar la idea de la disyuntiva entre el paradigma distributivo y el de reconocimiento, debiendo adoptar una concepción bidimensional de la justicia, basada en la norma de la paridad participativa;
- ) Para justificar sus reivindicaciones, los reclamantes de reconocimiento deben demostrar en procesos públicos de deliberación democrática que los procesos institucionalizados de valor cultural les niegan injustamente las condiciones intersubjetivas de paridad participativa, y que las sustitución de esos patrones por otros diferentes representaría un paso en la dirección de la paridad;
- ) La justicia puede exigir, en principio, el reconocimiento de los caracteres distintivos, más allá de nuestra común humanidad, aunque esto solo puede determinarse pragmáticamente a la luz de los obstáculos a la paridad participativa en cada caso.
¿Qué orientación política programática puede satisfacer ambos tipos de reivindicaciones, minimizando, al mismo tiempo, las interferencias mutuas que puedan surgir al atender al mismo tiempo ambos tipos de reivindicaciones? Partiendo, según Fraser, del remedio de la injusticia, reformulado en sus términos más generales: la eliminación de los impedimentos para la paridad participativa. Propone dos estrategias, aplicables a ambas perspectivas de las injusticias:
- Afirmativas: para reparar la injusticia intentan corregir los resultados desiguales de los acuerdos sociales sin tocar las estructuras sociales suyacentes que los generan;
- Transformativas: aspiran a corregir los resultados injustos reestructurando el marco generador subyacente.
Aplicado a la justicia distributiva
- Afirmativa: es la estrategia en el estado liberal del bienestar, que procura reparar la mal distribución mediante un traspaso de rentas. Este enfoque, que confía en exceso en la ayuda pública, trata de incrementar la participación de los más perjudicados en el consumo, dejando intacta la estructura económica subyacente.
• Transformadora: la estrategia típica es el socialismo, modificando la división del trabajo, las formas de propiedad y otras estructuras profundas del sistema económica. Esta estrategia ha pasado de moda, pues el contenido socialista se ha mostrado empíricamente problemático.
Aplicado a la justicia de reconocimiento
- Afirmativa: un ejemplo es la estrategia del multiculturalismo dominante. Este enfoque propone reparar la falta de respeto mediante la revaluación de las identidades de grupo devaluadas:
- Transformadora: es una estrategia de deconstrucción de las oposiciones simbólicas que subyacen a los patrones de valor cultural institucionalizadas en la actualidad. En vez de limitarse a elevar la
autoestima de quienes son reconocidos erróneamente, desestabilizaría las diferenciaciones de estatus vigente y cambiaría la autoidentidad de todos.
Inconvenientes de las estrategias afirmativas
- ) Cuando se aplican al reconocimiento erróneo, los remedios afirmativos tienden a cosificar las identidades colectivas. Por tanto, en vez de promover la interacción a través de las diferencias, estas estrategias afirmativas se prestan con facilidad al separatismo y al comunitarismo represivo
- ) Cuando se aplican a la mala distribución, a menudo, provocan una reacción de reconocimiento erróneo. Por ejemplo, en los programas de ayudas sociales, se tiende a señalar a los más perjudicados como intrínsecamente deficientes e insaciables, que siempre necesitan más. Su efecto neto consiste en añadir el insulto de la falta de respeto al agravio de la privación.
En cambio, las estrategias transformadoras evitan en gran parte estas dificultades.
- ) Aplicadas al reconocimiento erróneo, las estrategias deconstructivas son en principio, descosificadoras, pues pretenden desestabilizar las distinciones injustas del estatus, favoreciendo la interacción a través de las diferencias.
- ) Aplicadas a la mala distribución, tienen un carácter solidario.
Las estrategias transformadoras son preferibles, pero no están en absoluto libres de dificultades.
- ) Cuando se aplican al reconocimiento erróneo, los llamamientos de la deconstrucción de las oposiciones binarias están muy lejos de las preocupaciones inmediatas de la mayoría de los sujetos que padecen un reconocimiento erróneo, más dispuestos a reclamar su dignidad afirmando una identidad menospreciada que a apoyar un debilitamiento de las distinciones de estatus.
- ) Cuando se aplican a la mala distribución, los llamamientos a la transformación económica están muy alejados de la experiencia directa de la mayoría de sujetos que sufren la mala distribución, que prefieren los beneficios inmediatos de las transferencia de renta que una planificación socialista democrática.
Por tanto, si las estrategias transformadoras son preferibles en principio, aunque sea más difícil llevarlas a la práctica, ¿hay que sacrificar los principios en aras del realismo?
La vía media de la reforma no reformista
Fraser propone una estrategia alternativa, una vía media entre una estrategia afirmativa que será políticamente factible, aunque con una base poco significativa, y otra transformadora, programáticamente sólida, pero políticamente impracticable: la vía media de las reformas no reformistas. Serían unas normas de doble cara: por una parte captan las identidades de las personas y satisfacen algunas de sus necesidades, interpretadas dentro de los marcos de reconocimiento y distribución vigentes: por otra, emprenden una trayectoria de cambio en la que, con el tiempo, terminan siendo practicables las reformas radicales. Combinan, el carácter práctico de la afirmación con el empuje radical de la transformación que ataca a la injusticia de raíz. (p.e. la renta básica, garantiza un nivel mínimo de ingresos para todos los ciudadanos, con independencia de su participación en la fuerza laboral, dejando intacta la estructura profunda de los derechos de propiedad capitalistas. Según los proponentes, si el nivel fuera suficientemente alto la renta básica equilibraría el equilibrio de poder entre el capital y el trabajo, creando un terreno para provocar otros cambios. Siendo el resultado a largo plazo el debilitamiento de la mercantilización de la mano de obra. Produciéndose un efecto transformador profundo respecto a la subordinación de clase económica).
¿Es concebible este enfoque para la política de reconocimiento?
Las feministas culturales reivindican una política de reconocimiento orientada a revaluar los rasgos asociados con la feminidad. Sin embargo, no todas consideran que la afirmación de la “diferencia de la mujer” sea un fin en sí misma. Algunas toman una estrategia de transición que acabará llevando a la desestabilización de la dicotomía hombre-mujer. Una estrategia así celebraría la feminidad como un modo de potenciar a las mujeres en su lucha contra el sesgo de género; otra valoraría las actividades tradicionales de las mujeres como un modo de estimular a los hombres para que también las hicieran suyas. En ambos casos, las proponentes del “esencialismo estratégico” prevén que la estrategia afirmativa tenga efectos transformadores a largo plazo. Sin embargo, en el contexto de una cultura neotradicional, en la que se considera natural la diferencia de género, es probable que el feminismo cultural estratégico sucumba a la reificación (cosificación); en cambio en una cultura postmodernista, en la que está presente un sentido muy vivo del carácter interpretativo y de la contingencia de todas las clasificaciones e identificaciones, es más fácil promover la transformación. En sociedades mixtas, los efectos del “esencialismo estratégico” son difíciles de calibrar, razón por la cual las feministas se muestran escépticas. En el asunto del velo, el remedio del reconocimiento erróneo no es deconstruir la distinción entre cristiano y musulmán. Consiste más bien en eliminar las preferencias institucionalizadas mediante las prácticas de la mayoría, dando pasos afirmativos para incluir las minorías, sin que se requiera la asimilación o se exacerbe la subordinación de las mujeres. A corto plazo este enfoque resulta afirmativo, sin duda, porque afirma el derecho de un grupo existente a la plena participación en la educación pública. A largo plazo, sin embargo, podría tener consecuencias transformadoras, como la de reinterpretar la identidad nacional francesa para adaptarla a una sociedad multicultural, reformando el islám par un régimen liberal e igualitario respecto al género.
Sobre el género, resumiendo.
Para ella es una diferenciación social bidireccional:
- Para reparar la injusticia de género se requiere atender tanto a la redistribución como al reconocimiento. La injusticia de género es simplemente androcentrismo.
- Debe haber paridad de participación para que haya igualdad.
- El género se utiliza como principio básico organizador de la estructura económica capitalista entre el trabajo productivo retribuido y el reproductivo no retribuido, que subordina y cosifica, expone a la marginación y la violencia. El patriarcado crea esa normalización impuesta.
Articulos previos del autor sobre los temas tratados:
https://vykthors.wordpress.com/2019/01/13/que-es-el-feminismo-y-70-frases-de-mujeres-unicas/