jueves, 6 de diciembre de 2018

La lectura como la mejor medicina



«Debemos leer para acrecentar nuestro poder. Todo lector debiera ser un hombre intensamente vivo. Y el libro, una esfera de luz entre sus manos.» Ezra Pound

Hoy, para sobrevivir, nos conviene desconectar de lo superfluo (léase, en su mayoría, lo digital) para reconectar con lo esencial, que es, sí, analógico.

Yuval Noah Harari abre su tercer libro, tras vender 12 millones de ejemplares de sus dos anteriores, con el siguiente pensamiento clave:

«En un mundo lleno de información irrelevante, la claridad es poder»

Convendría tener presente que la velocidad, como fin en sí mismo y a cualquier precio, es un atributo del poder que mayormente hace daño.

Para sobrevivir, necesitaremos parar y saber concentrar nuestra atención. No es mindfulness para estresados ni coaching para desorientados lo que necesitamos. Eso son parches, tiritas, fórmulas de autoempleo de muchos.

Lo que nos hace falta, más que nunca, es claridad, tiempo y profundidad.  Con estas tres cosas y una buena educación se llega a tener criterio (que sea propio, por favor, no el criterio de la tribu de WhatsApp de turno). Solo leer, en el sentido tradicional del término, permite profundizar sobre los diferentes aspectos de la realidad. La cultura digital nos aproxima al mundo de un modo superficial, y la literatura convencional nos permite ahondar en los aspectos trascendentales de la existencia (agradezco a Luis Esteban por remarcar esta idea y a Jordi Nadal por transmitirmela).

Hay que saber esperar, porque tanto el insulto y la agresión como la deshumanización y la mala educación (y la educación mala, dicho sea de paso) campan a sus anchas en las cosas ejercidas con velocidad.

El error triunfa más fácilmente en forma de tablet y de smartphone. Lo vemos continuamente, cuando el instrumento nos domina. No hay más que ver muchas salas de espera de pediatría y bastantes mesas en los restaurantes: los niños han sido entregados a las empresas digitales. Amazon y Alexa cuentan cuentos a los niños, mientras que los padres ven una serie de Netflix. Fin de la mejor versión de la educación, porque seguimos presos de esa fórmula de autoengaño llamada “el tiempo de calidad para los niños”.

La dopamina del like nos ha hecho mucho más triviales. ¿Por qué expresar todo esto hoy y de este modo? Porque quiero pensar, mi vida no es un pasatiempo, no me creo todo lo que me interesa.
La función del investigador, del estudiante, el ahnelo del lector en este contexto actual tan despiadado, es y debe ser fortalecer el criterio. Filtrar. Prestar atención a lo que la merece.

Hoy, muchas personas publican en las redes y se otorgan el dudoso título de expertos. Es un mundo peligroso, porque se confunde a la gente, y con una facilidad pasmosa se le llegan a desaconsejar cosas tales como las vacunas, los estudios o la filosofía. Es un mundo y un tiempo en el que, incluso, algunas empresas supuestamente serias, venden cursos de chamanes que curan con cristales, cayendo en la más lamentable pseudociencia.  Por eso hay que buscar y prestar atención a las personas que se han formado e indagado buscando la verdad, una cura, un fondo del problema, con estudios contrastables. Elegir a los que saben.

Dar voz a los que saben.

Hay gente para todo, como decía un senequista. En la actualidad hay personas que manifiestan haberse formado en su entorno como autodidactas y pretenden hablar con una autoridad otorgada a sí mismos: es una forma muy cercana de pensamiento mágico que nos quiere hacer creer que algo tan hermoso como abrazar árboles -que es muy hermoso, nadie lo duda- lo cura todo o creer que nuestra vida la rige el universo y unicamente debemos disfrutar y concentrarnos en nosotros mismos porque las cosas se arreglarán solas. Otras personas afirman que el autismo se cura con agua y derivados de lejía y politicos que predican un futuro maravilloso basado en incongruencias.

Lo sentimos, pero discrepamos, preferimos aquellos que se han documentado, que trabajan con la evidencia científica, con respeto por los hechos. Si te gusta la naturaleza, planta arboles y no consumas carne, carbón, gas o gasoil. El postureo o el autoengaño no beneficia a nadie, es un estado fugaz y adictivo. Si tienes una enfermedad preguntante que estas haciendo mal en tus hábitos, en tu vida, antes de conformarte y resignarte a remiendos que enriquezcan a las farmaceuticas o charlatanes. Porque como dijo Valle Inclán, «la democracia también tiene categorías técnicas, señora portera».

Jim Barksdale añade otro pensamiento: «Si tienes datos, preséntalos y los utilizaremos, si lo que tienes son opiniones, utilizaremos la mía».

Para entendernos mejor en este mundo de fake news en auge, tengamos este pensamiento más cerca que nunca: «Todo el mundo tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a su propia realidad».  Daniel Patrick Moynihan

La velocidad como trampa

En un mundo en el que la velocidad ejerce la forma más eficaz de censura y de desinformación, algunos eligen con tiempo y sin premura los contenidos, esto es el saber, buscado y aplicado no a golpe de tweet, no estimulado por una campaña efímera de un día, sino elecciones de lo que vale la pena, tomadas con el criterio reposado de tomar las decisiones desde la información, no desde la inflamación. La velocidad excluye a menudo la profundidad. Y esto también tiene su precio.

Para sobrevivir, tendremos que releer El principito y saber defendernos. Agarrar un libro y leer para ser, en lugar de que nos «sean» otros. Es realizar nuestro proyecto de vida o que nuestra vida sea el proyecto de otros.

Leer como una forma de parar y reconectar, para tomar las decisiones desde la información, no desde la inflamación. Todo lo demás es entregar nuestra vida, la educación de nuestros hijos y nuestro futuro como humanidad a las leyes propias de las redes sociales. El futuro ya descrito en Fahrenheit 451 y en 1984 de Orwell.

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