sábado, 7 de abril de 2018

Cómo narcotizar a unos y volver fanáticos a otros, cómo detectar falacias, gracias a la filosofía.




Cuando Confucio fue interpelado por su compatriota Tzu-Lu sobre qué haría si se convirtiera en gobernador de su comunidad, aquel le respondió: mi primera medida sería “la reforma del lenguaje”…

El lenguaje es colectivo, sin embargo, el pensamiento puede ser, acaso, individual si media la consciencia, el entendimiento y la comprensión.
Recibimos los mismos mimbres en todos los casos para todas las personas. Mismos mimbres que, sin embargo, pueden fabricar figuras diversas y diferentes o dibujar paisajes bien alejados de lo que marca lo convencional si se potencia la imaginación.

La educación actual, totalmente acrítica e incívica, es una fábrica de individuos que abrazan la ortodoxia y el conformismo, gente sin horizontes ni raíz, replicantes de un régimen que fagocita toda excentricidad y sofoca la disidencia y la insumisión.
El individuo gregario subordina su responsabilidad y su civismo autónomo al dictado generalizado de lo “políticamente correcto”, a la inercia fatal de las masas acéfalas, al despotismo de seres inhumanos que solo se interesan por el pragmatismo económico.

El caso es que suele confundirse la colectividad, el grupo colectivo, con la masa indiferenciada. El totum revolutum de lo informe de la masa es inhábil para (re)crear y (re)generar un discurso racional que esté acorde con las necesidades de los tiempos presentes. Y, así, repetimos los mismos fallos y los mismos prejuicios inveterados de siempre. Ello porque no hay individuos plenos en razón que se despeguen del oficial discurso de la masa y, cuando alguno se vuelve consciente de ello, la masa bien adiestrada, trata rápidamente de anularlo.

Las fuerzas impersonales, invisibles e inconscientes de la masa generalizada en los ambientes más coactivos impiden el libre ejercicio de la individualidad y el desarrollo de todas sus capacidades y potencialidades: es, en último término, un régimen autoritario camuflado, que opera subrepticiamente, con resultados sorprendentes para todas las partes: para la masa y para los que dirigen el pensamiento colectivo.

La reglamentación excesiva en la organización de las sociedades lleva, si esta es propiciada por la élite del poder político, esto es, por una minoría de profesionales al servicio de oligopolios económicos, al autoritarismo indeseable.

El exceso de organización uniformadora y homogeneizadora que propone el ámbito cuantitativo pseudocientífico, junto con la absoluta influencia de los medios de comunicación, cuya actividad está ahogando todo atisbo de crítica y de pensar autónomo, están acelerando el proceso de ignorancia en las masas colectivas, que ven con agrado cómo el narcótico de la información aletarga sus sentidos y los sume en unas vacaciones acríticas e irreales en donde son mucho más fácilmente manipulables.

Si queremos corregir algunos problemas acuciantes y perentorios del ser humano, improrrogables, hemos de conformar un pensamiento propio, sin miedo a la soledad de la singularidad, original y novedoso, que incida en lo colectivo para enriquecerlo, y haga de las personas y sus problemas el principal caballo de batalla.
Porque los mimbres ya los tenemos. Tan solo hace falta imaginación para construir algo bello. El lema ilustrado está más vigente que nunca: ¡Atrévete a saber!


Ilustración del artista Paul Garland.

Ocho falacias lógicas con las que los políticos hackean tu mente.

Cuando en un debate parlamentario o en un tertulia política se está tratando algún asunto de importancia para el devenir del país y alguien saca a la palestra la pasada afinidad chavista de Pablo Iglesias o la supuesta incultura libresca de Albert Rivera, por poner un par de ejemplos, estamos asistiendo a lo que se llama un argumento ‘ad hominem’, uno de los muchos tipos de falacia lógica que tenemos que sufrir en los debates que se dan en la política, los medios de comunicación o las redes sociales, especialmente en épocas turbulentas como las que vivimos.
Las falacias lógicas, que deberíamos conocer desde los estudios de Filosofía en el sistema educativo, son razonamientos erróneos que parecen válidos. El discurso público en parlamentos, tertulias, medios de comunicación, redes sociales y charlas de bar está plagado de ellas. Es preciso conocerlas para detectarlas y pensar con independencia.
El argumento ‘ad hominem’ (o “contra el hombre”) no es un argumento válido: esgrimir las circunstancias personales de alguien o airear sus trapos sucios no sirve para negar lo que esta persona afirma. Digamos, por ejemplo, que el hecho de que una persona sea una asesina no le quita la razón cuando dice que asesinar está mal. El que usa el argumento ‘ad hominem’ simplemente trata de tener razón desacreditando a la persona con la que discute sin probar que lo que pretende refutar es, en efecto, falso.
“Turing piensa que las máquinas piensan. Turing es homosexual. Por tanto las máquinas no piensan”, ejemplificaba el matemático Alan Turing, padre de la informática, los argumentos de este tipo que se utilizaban contra él. Pero “la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”, como escribe Antonio Machado.
Las falacias lógicas abundan en el discurso público y muchas veces resultan difíciles de identificar: son patrones de razonamiento erróneos pero que aparentan ser válidos. Pero “cualquier comunicación honesta debería prescindir de ellas en la medida de lo posible, por lo que conviene estar muy al tanto de cuáles son, cómo detectarlas y combatirlas" dice en la web que la ARP Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico dedica a estas falacias.
¿Por qué tienen tanto éxito si se trata de argumentos manifiestamente falsos? “La mayor parte del discurso público se centra en convencer y no en explicar”, dice José María Mateos, doctor en Bioingeniería, miembro de la ARP y divulgador de las falacias lógicas, “si aceptamos esa premisa, que yo creo que tiene bastante validez, podemos entender por qué esto es algo que se utiliza de forma general en todo el espectro político”.
El filósofo Arthur Schopenhauer escribió un pequeño manual, que se publicó de forma póstuma, con 38 argucias, muchas de ellas falacias lógicas, que se titulaba ‘El arte de tener razón’. “Queremos ganar adeptos, aunque haya que arrastrar los argumentos por el fango”, dice el experto.
Para evitar ese fango y formar ciudadanos críticos y no manipulables es precisa la enseñanza de las falacias en el sistema educativo, un sistema en el que, precisamente, las asignaturas de Filosofía están en retroceso. “Debería ser algo básico, como saber leer o sumar. El conocimiento de estas argucias es una herramienta básica para poder construir nuestros esquemas mentales con unas bases sólidas”, denunciamos muchos profesores y filósofos.
¿Están estas falacias tan aceptadas por nuestra mente que las utilizamos de forma inconsciente? “Creo que las usamos en la medida en la que no las conocemos”, dice Mateos, “cuanto más conscientes somos de ellas más esfuerzo podemos hacer por evitarlas, o al menos por darnos cuenta de que las estamos utilizando y adaptar o cambiar nuestros razonamientos”. Aunque tal cosa suene muy fácil puede no serlo: a nadie le gusta descubrir que parte de su visión del mundo proviene de argumentos mal hilados.
A continuación algunas de las falacias lógicas más extendidas (aparte del argumento ‘ad hominem’ citado al principio).

1.- El ventilador
El ventilador que se supone ventila mierda en todas direcciones, también conocido como el “y tú más”, un argumento de corte infantil pero que utilizan sin rubor señores ya muy creciditos y con asombrosa frecuencia. Hablando formalmente es el argumento ‘tu quoque’.
Un ejemplo clásico se da cuando el PSOE le recrimina la corrupción al PP -Gürtel, etcétera- y el PP contrataca con el caso de los Ere’s de Andalucía o la vieja corrupción de finales del felipismo. Esto es una falacia defensiva, un argumento no válido, porque el hecho de que el PSOE sea o haya sido corrupto no libera al PP de la responsabilidad por su propia corrupción.

2. El hombre de paja
Esta extendida falacia consiste en no rebatir los argumentos del adversario sino una versión exagerada y deformada de estos, como un espantapájaros. Por ejemplo, cuando un miembro de la izquierda propone una medida como nacionalizar la industria eléctrica como un bien básico para los ciudadanos y un miembro de la derecha le acusa que querer volver al comunismo y convertirnos en la Unión Soviética. Nacionalizar la electricidad no es volver a la URSS, sin embargo se puede combatir de esa manera exagerada.

3. Nosotros o el caos
Es el llamado falso dilema: se da a elegir entre dos opciones, una u otra, cuando en realidad hay otras disponibles. Además de enunciados como “nosotros o el caos” (como aparecía en una portada de la revista satírica ‘Hermano Lobo’: las masas elegían el caos y los próceres decían “da igual, el caos también somos nosotros”), “o estás con nosotros o estas con ellos”. Este falso dilema se ofrece con frecuencia en conflictos nacionalistas como el de Euskadi o Cataluña, donde muchas veces las únicas opciones que se ofrecen es la adhesión sin fisuras a cualquiera de los dos bandos principales mientras que puede haber terceras opciones. Ya saben: una escala de grises.

4. No entender la causalidad
La falacia ‘post hoc, ergo propter hoc’ se trata de suponer que dos acontecimientos seguidos en el tiempo tienen una relación causa-efecto. Por ejemplo, se da cuando se realiza una reforma laboral y el paro desciende pero por otras razones, por ejemplo la llegada del verano donde aumenta el empleo estacional ligado al turismo. Si alguien liga los dos hechos cae en una de estas falacias. Como cuando alguien que toma homeopatía o va a sesiones de reiki luego se cura: son hechos que no suponen causa y efecto, dado que no está demostrado que estas terapias funcionen más allá del placebo.

5. El sofisma populista (en el mal sentido de la palabra)
La falacia ‘ad populum’ apela a la opinión de la mayoría, del pueblo, o a las emociones. Un ejemplo de Pablo Iglesias recogido por Silvia Cruz en El Estado Mental: “Si algunos de los que gobiernan este país supieran lo que es tener una pensión pública o un salario de 900 euros, igual nos iría mejor”. No hay pruebas de que esto sea cierto, pero la idea puede llegar con facilidad a las masas. Argumentos de este tipo fueron fundamentales en el discurso con el que, según Shakespeare, Marco Antonio se metió a las masas en el bolsillo tras el asesinato de Julio César.

6. Una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad
Lo sabía bien el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, y se sigue utilizando hoy en día, se llama argumento ‘ad nauseam’: hasta la nausea. En el panorama actual, de hegemonía neoliberal, se repiten muchos mantras económicos en absoluto ciertos pero que, de tanto oídos, parecen leyes científicas: “lo privado funciona siempre mejor que lo público” o “los mercados libres se regulan a sí mismos sin intervención externa”.

7. Razonar en círculo.
En un razonamiento circular la conclusión ya está en la premisa de manera más o menos evidente. Ejemplo: la Biblia es la palabra de Dios. ¿Por qué lo sabemos? Porque lo dice la Biblia. ¿Por qué debemos creer a la Biblia?. Porque dice la Verdad. ¿Por qué lo sabemos? Porque es la palabra de Dios.

8. La pendiente resbaladiza.
Este tipo de razonamiento falaz dice que si tomamos una medida todo va avanzar de forma rápida y descontrolada hacia el caos y la hecatombe. Un senador chileno dijo que si se aceptaba el matrimonio homosexual al final la gente se iba a poder casar con un perro o con un burro. En España, se dijo que si se retiraban los crucifijos de los colegios públicos habría que derruir las catedrales, cerrar los museos, olvidar los cementerios, eliminar las navidades, quitar belenes y hasta la cruz de la bandera asturiana, etc. En efecto, una pendiente resbaladiza.


Cómo surge el fanatismo y por qué es tan difícil de erradicar.

El siguiente vídeo se reduce todo lo explicado anteriormente a una duración de casi 6 minutos donde se nos explica de forma muy simple cómo surge el fanatismo y por qué es tan difícil de erradicar. Por lo menos espero que el vídeo sirva para cuestionarnos a nosotros mismos y ayudarnos a entender mejor ciertas dinámicas sociales prescindiendo -al menos por un momento- del dogmatismo y los prejuicios.