domingo, 29 de diciembre de 2019

Autoengaño, Logorrea y Pseudociencia



La pseudociencia constituye una forma de fraude intelectual consistente en ideas ajenas a la ciencia que, en un intento de aumentar su prestigio y aceptación social, se impostan como científicas.

El criterio de demarcación de Sven Ove Hansson (2009; 2013)  establece que un enunciado es pseudocientífico si y solo si:

1. Se refiere a un problema dentro del dominio de la ciencia en un sentido amplio
(criterio de dominio científico).
2. Adolece de una grave falta de fiabilidad, tal que no resulta en absoluto ser de confianza (criterio de la falta de fiabilidad).
3. Es parte de una doctrina para la que sus defensores tratan de crear la impresión de que representa el conocimiento más confiable de su temática (criterio de la doctrina desviada) (Hansson 2013, 71-72).


Los ejemplos que cumplen estas condiciones son numerosos, y se instalan en campos como la biología —lysenkoísmo, Diseño Inteligente—, la medicina —homeopatía, quiropraxia, terapia neural—, la psicología —(psicoanálisis), hipnosis regresiva, programación neurolingüística—, los productos milagro —cremas con ADN, la dieta del grupo sanguíneo—, o la historia —negacionismo del Holocausto, (astronautas de la antigüedad).

(Entre parentesis: No cumplen las condiciones para ser llamadas ciencia, pero eso no quiere decir que no tengan una hipotesis basadas en hechos y lógica)


El estudio de la pseudociencia tiene grandes problemas de cribado y carece de una escala propia que resulte adecuada. Lundstrôm y Jakobsson (2009) incluyen como pseudociencia la telepatía, la telequinesis, la influencia de las fases lunares en nuestra conducta o el uso de péndulos para decidir el sexo de los bebés.

Hay casos de marcos teóricos aún más carentes de solidez, como (Franz y Green 2013), en el que el 100% de los contenidos de las escalas empleadas son propios de pensamiento paranormal o espiritual. O como (Johnson y Pigliucci 2004), que incluyen en su escala de creencias pseudocientíficas, dejando de lado la astrología, un 80% de ítems que hacen referencia al pensamiento paranormal o conspirativo —alienígenas en el área 51, la supuesta capacidad de los animales para detectar fantasmas, el vudú o creer que romper un espejo da mala suerte.

La capacidad del ser humano para la de detección inmediata de engaños es tan baja que se acerca al azar (Bond y DePaulo 2006), con una pequeña fracción de aciertos por encima de lo aleatorio que se debe más a malos engañadores que a buenos detectores (Levine 2010) —a lo que hay que sumar fenómenos como, por ejemplo, las falsas memorias (Roediger y McDermott 1995; Braun, Ellis y Loftus 2002).

El principal problema es que las personas tienden a fijarse en el lenguaje corporal, en el nerviosismo (The Global Deception Research Team 2006) o en la actitud general de la persona, de un modo bastante prejuicioso y estereotipado (Levine et al. 2011), cuando esta clase de indicadores son poco fiables. Ello lleva a que ciertas personas sean consideradas sospechosas habituales de mentir siendo inocentes y a otras que, mintiendo pero controlando estos indicadores intuitivos, son capaces de aparentar la más incorruptible honestidad.

Es comprensible que el ser humano no haya desarrollado mecanismos fiables para detectar engaños guiándose por indicadores visibles en el momento mismo de mentir, dado que la interacción por defecto en las relaciones humanas es la sinceridad (Levine, Kim y Hamel 2010) y, por ello, la gente suele pensar por defecto que su interlocutor está siendo sincero (Levine 2014). De hecho, se calcula que solo el 5% de la población de los EEUU es culpable del 50% de las mentiras totales del país (Serota, Levine y Boster 2010).

Esta realidad contrasta con los beneficios sociales y personales del autoengaño, dado que las personas con niveles poco realistas de confianza en sí mismas tienen mayor atractivo sexual (Murphy et al. 2015) —esos niveles correlacionan con niveles altos de testosterona (Ronay 2016)— y éxito social (Anderson 2012). El autoengaño suele ser una herramienta muy útil para convencer a los demás (von Hippel y Trivers 2011), dado que hace sentir bien a esa persona, genera motivación en ella y proyecta una imagen de liderazgo y seguridad que la convierte en más eficaz engañando a los demás (Lamba y Nityananda 2014; Smith, Trivers y von Hippel. 2017).

Las personas, de hecho, suelen mentir únicamente hasta un nivel en el que puedan ser capaces de salvar su propia autoimagen de integridad, racionalizando para ello sus conductas inmorales (Tsang 2002). En este sentido, neutralizar la identidad moral es algo clave para la supervivencia de una pseudociencia, lo cual viene mediado, entre otras cosas, por la supresión de la atención en los códigos deontológicos de la educación o de las profesiones sanitarias, o por una actitud victimista y conspirativa en la que la industria y el sistema serían la fuente de un sufrimiento mucho mayor.
El pseudocientífico se ve a sí mismo como un luchador social, y tiene a mano una gran cantidad de herramientas, bajo la forma de sistemas de ideas autovalidantes (Boudry y Braeckman 2012) o de hipótesis ad-hoc, que permiten racionalizar y aumentar sus niveles de disonancia cognitiva, convirtiendo sistemáticamente las críticas y refutaciones en confirmaciones respecto a sus ideas y a su autoimagen. El problema de esta autoconcepción de luchador social es que motiva para engañar más a los demás, al creer que está haciendo el bien con ello (Gino, Ayal y Ariely 2013).

Las personas creativas mienten con más frecuencia (Gino y Ariely 2011). No tanto las más inteligentes —definiendo la inteligencia como la habilidad general para resolver problemas—, sino los denominados «pensadores originales»; aquellos pensadores con mayor capacidad para inventar relatos, con más flexibilidad social e incluso con más materia blanca —mayor interconexión entre áreas cerebrales.

Por último, es posible interpretar que la correlación con la religiosidad responde a
un mal diseño de la escala empleada para medir las creencias pseudocientíficas; una escala ah-hoc (Que es apropiado, adecuado o especialmente dispuesto para un determinado fin) que incluía entre sus ítems de forma recurrente al Diseño Inteligente, una pseudociencia estrechamente relacionada con la derecha religiosa de los Estados Unidos.

En psicología está fuertemente contrastado el modelo dual de la cognición humana, en el que existen dos sistemas de procesamiento de la información que funcionan en paralelo y que suponen subsistemas diferenciados a nivel cerebral (Tsujii y Watanabe 2009): el sistema intuitivo y el analítico (Epstein et al. 1996). El sistema intuitivo es rápido e inherentemente sesgado, permitiéndonos tomar decisiones inmediatas y poco razonadas, mientras que el analítico es lento, costoso y basado en el pensamiento crítico.

La mayor parte de la población, debido al tipo de educación que recibe y a las limitaciones intrínsecas que la especialización científica impone, únicamente es capaz de valorar la ciencia en relación a las características del interlocutor y a su apariencia estereotipada de cientificidad. Esto ha llevado a una comprensión muy deficiente de la naturaleza de la ciencia (Sumranwanich y Yuenyong 2014), incluso entre profesores de ciencia (Alswelmyeen y Al olimmat 2013), sesgos que pueden verse aún más agudizados en el caso de la atribución de autoridad vía internet (Metzger y Flanagin 2013).



Alvin Goldman localiza tres fuentes de valoración informal de la autoridad (Goldman 2001). En primer lugar, el análisis de los argumentos desde un punto de vista de la «superioridad dialéctica». En segundo, el apoyo en los expertos y por último, el valor de los credenciales del supuesto experto. El impacto psicológico, a nivel social, de las ideas de alguien que emane autoridad en el sentido de prestigio, de apoyo social, de supuesta falta de intereses ocultos e incluso de una valencia positiva en el nivel emocional y moral respecto a sus ideas es mucho mayor que el impacto de aquel que pretende legitimarse con base en un discurso seco, basado en estudios que pueden resultar incomprensibles y que, además, ofrecen al lego la a veces desagradable sensación de ignorancia y de falta de cierre epistémico (fundamento o conocimiento exacto).



La logorrea se podría definir como una tendencia a la verborrea desaforada y sin sentido. Consiste en hablar más, independientemente del sentido o la validez que pueda tener lo dicho. La logorrea es típica de la charlatanería, incluyendo a la pseudociencia (Ladyman 2013), y ha sido durante largo tiempo un gran problema para la filosofía, especialmente dentro de las corrientes posmodernas (Sokal y Bricmont 1999). Un orador logorréico es aquel que, en aras de continuar hablando, apela a falacias de oscuridad constantes (Walton 2002), en un estilo expresivo que supone un torrente de supuesta información semialeatoria que, además de confundir al rival y al oyente, y dadas las condiciones habituales de valoración de la capacidad retórica, hace parecer brillante al hablante cuando su discurso no tiene ni pies ni cabeza.

El psicoanálisis hizo lo propio con la termodinámica, durante la New Age fue lo cuántico y lo psico (Rosen 1977), durante cierto tiempo lo bio estuvo de moda, y ahora encontramos una gran cantidad de neuropseudociencia heredada en parte de la New Age (Beyerstein 1990).



Las personas tienden a mostrar un mayor respeto por las ideas que son apoyadas por una mayoría —un fenómeno habitualmente denominado «efecto bandwagon»—, incluso hasta el nivel de sostener ideas que resultan claramente contraintuitivas o ya refutadas (Bond y Smith 1996). Este tipo de comportamiento responde a las tendencias gregarias prosociales (Baumeister y Leary 1995) y conformistas del ser humano, inhibiendo sus acertadas primeras impresiones, aunque la estrategia adaptativa sea válida en términos de su contexto evolutivo.

Acerca de las publicaciones en revistas exigentes, hay tres estrategias habituales. La primera de ellas consiste en crear revistas carentes de controles rigurosos o directamente carentes de control alguno, con nombres grandilocuentes como el NLP Research Journal, el Interdisciplinary Journal of the International Society of Cryptozoology, o el Journal of Psychiatric Orgone Therapy, entre otros cientos de casos. Una segunda opción consiste en conseguir, por un fallo en los procesos de control de las revistas, publicar un artículo pseudocientífico en una publicación científica. Estos casos son abundantes, con algunos muy sonados como el artículo en The Lancet que relacionaba la vacuna triple vírica con el autismo.

Los grupos sociales humanos tienen determinadas dinámicas inherentes, como la jerarquización o el sentimiento de pertenencia. Los pseudocientíficos son un grupo humano que ha ido generando un cierto sentimiento de pertenencia, aunque puedan competir entre ellos. En este sentido, se establecen dos tipos diferenciados de pertenencia. En primer lugar, pertenencia al grupo que defiende una teoría específica, por ejemplo, terapeutas/consumidores de rebirthing, negacionistas de las vacunas o adeptos a la antroposofía -que relaciona la divinidad con la sabiduria humana-. Los defensores de la tierra plana suelen tener serios problemas con los defensores de la tierra hueca, la Gestalt con el psicoanálisis, los homeópatas licenciados en medicina con los que no, etc.

Lo que caracteriza el sentimiento de pertenencia a las diversas pseudociencias es, además de un posible negocio y la relación ambivalente con la ciencia, el victimismo y el sentimiento de estar un peldaño por encima de la ciencia «oficial» en un sentido moral y, en ocasiones, epistemológico. Ellos serían la buena ciencia, mientras que sus rivales dentro del sistema serían mala ciencia o, como mucho, ciencia mediocre. Por efecto del sesgo endogrupal y del narcisismo colectivo, los grupos tienden a percibirse como moralmente superiores a sus rivales. De este modo, los pseudocientíficos se caracterizarían por una mayor altura ética que los científicos, incluso en relación a cuestiones ecológicas o políticas.

Por ejemplo, considerando que su punto de vista es más «holístico», más abarcante, o que ellos comprenden las verdaderas causas de los problemas en lugar de atender a cuestiones superficiales. Existen casos sorprendentes por el nivel de exaltación de la autoconcepción de superioridad respecto a la ciencia, algo especialmente presente cuando se dan arengas nacionalistas dentro de la teoría pseudocientífica, como, por ejemplo, en cierta pseudociencia hinduista (Sokal 2006) que considera que la mecánica cuántica no solo fue ya descrita por los antiguos vedas, sino que fue superada por estos.


La pseudociencia, como también la politica y actividades implicadas en el negocio,  es una práctica llevada a cabo mayoritariamente por personas con un nivel educativo alto, de estatus socioeconómico medio-alto o alto (MSPSI 2011) y de pertenencia a etnias favorecidas por el sistema social (Chao y Wade 2008) —el mismo sistema social que suele ser ampliamente criticado en el discurso habitual de los pseudocientíficos. Es posible que esto se deba, además de al mayor respeto que una persona con un nivel educativo alto podría presentar hacia la ciencia, al mayor nivel de rebeldía anti-sistema que suelen presentar los grupos sociales que sienten menos dependencia respecto al mismo. En efecto, está ampliamente documentado que los grupos sociales más desfavorecidos son aquellos que justifican el sistema con mayor vehemencia (Jost et al. 2003; van der Toorn et al. 2015), incluso
en situaciones de pobreza extrema (Henry y Saul 2006). Este hecho, sumado a la preferencia social de la que gozan las figuras de autoridad y los grupos sociales pertenecientes a clases altas (Jost, Pelham y Carvallo 2002), genera que la pseudociencia, asi como otros artificios y engaños,  sea aún más atractivos para el grueso de la población.


Articulo escrito con contenido del departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la UNED grado de Filosofia.

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Basado en el texto "Los parásitos de la ciencia. Una caracterización psicocognitiva del engaño pseudocientífico" de ANGELO FASCE, doctorando en Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universitat de València. Su campo de investigación es el criterio de demarcación y la pseudociencia como fenómeno psicológico. Es, además, un activo divulgador de la ciencia y de su filosofía.