lunes, 28 de junio de 2021

La teoria crítica como utopía negativa

 


La teoría crítica surge con la discusión, de base marxista, emprendida por el joven Horkheimer contra la "ciencia burguesa". Según la misma, los hombres utilizan sus diversas potencialidades, extraordinariamente acrecentadas, para la guerra, la destrucción y la miseria, en vez de hacerlo para su felicidad. Son incapaces de organizar su propio trabajo sobre la base de una voluntad común que favorezca a todos, oponiéndose unos a otros y produciendo, con sus enfrentamientos, inseguridad y dependencia, en vez de conseguir la paz y la libertad. Son, en definitiva, "esclavos de su destino", en vez de ser dueños de él.

Praxis y teoría critica para una emancipación social, conciencia y sociedad más racional.

Esta teoría crítica no puede ser dogmática, pues versa del interés común de hombres y mujeres. La falta de libertad de los sujetos en la sociedad burguesa, donde se cree actuar según decisiones personales, pero lo hacen en realidad en dependencias de dictámenes anónimos interiorizados que los orientan de manera calculada a la marcha de la mecánica social.

Esto nos presenta la sociología del conocimiento de la Escuela de Frankfurt en paralelismo entre la apariencia de autonomía de la teoría tradicional y la falsa libertad de los sujetos en la sociedad burguesa. Ésta no está, en el presente, al servicio de los intereses cognoscitivos de la Humanidad como tal, sino que legitima formas de vida e intereses de grupo contrarios a las necesidades del género humano. La teoría crítica no se presenta, pues, frente a la teoría tradicional, como un determinado avance teórico o como una simple reestructuración conceptual. La teoría crítica se concibe a sí misma como un aspecto de la praxis social empeñada en hacer posible una sociedad mejor, un cambio histórico que es, al mismo tiempo, un cambio social.

Así pues, Horkheimer no puede adoptar, al respecto, más que una posición ambigüa, patente cuando dice que, si bien la ciencia no puede desligarse de la dinámica histórica, tampoco debe ser privada de su carácter de ciencia y ser malinterpretada en sentido utilitarista.

El marxismo libertario de Adorno

Adorno considera el trabajo como una maldición, que perpetúa la estructura represiva de la sociedad. El trabajo no produce solamente mercancías: se produce a sí mismo y al trabajador como una mercancía, en la misma proporción en que produce mercancías en general: Ser carente  de conciencia individual, de iniciativa moral autónoma, extrovertido, en manos de una sociedad que lo manipula constantemente.

Teoría crítica como utopía negativa

El reduccionismo y subjetivación de la razón, que sirve de base a la cultura industrial contemporánea, elimina instancias objetivas, vacía de contenido toda noción fundamental dejándola reducida a mero envoltorio formal, y transforma todos los productos de la actividad humana en mercancía.

"Menos por menos igual a más"

De ahí que Horkheimer y Adorno puedan ver en el Marqués de Sade un ejecutor testamentario de la moral kantiana, al menos en el sentido de que, partiendo de la mera forma de la racionalidad y de la ley moral, resulta perfectamente coherente diseñar una moral basada en el desprecio y el odio al género humano. Si un niño siente la "necesidad" de cruzar la calle en cualquier momento, a su voluntad, la represión de esa "necesidad" no es represiva de las potencialidades humanas. Puede ser lo opuesto.

La necesidad de "descansar" en las diversiones proporcionadas por la cultura industrial es en sí misma represiva y su represión es un paso hacia la libertad. Cuando la represión ha llegado a ser tan efectiva que, para el reprimido, asume la (ilusoria) forma de la libertad, la abolición de tal libertad inmediatamente aparece como un acto totalitario. En esto, el viejo conflicto se levanta otra vez: la libertad humana no es un asunto privado – pero no es nada absolutamente a no ser que sea también un asunto privado–. Cuando la vida privada no tenga que ser mantenida aparte de y contra la existencia pública, la libertad del individuo podrá quizá ser reconciliada con la del conjunto -general" (Marcuse, H., Eros y civilización, Barcelona, Ariel, 1981, p. 207).

Frente a los acólitos del kantismo, Nietzsche y Sade cuestionan la ciencia que se quiere hacer pasar por neutral, e insisten en la necesidad de liberación respecto a las utopías positivas implícitas en toda filosofía dogmática. Instrumento para esta liberación es la dialéctica negativa, como Adorno define. En Negative Dialektik, los ideales ilustrados no aparecen ya como principios normativos y universales para la acción, sino como protestas de la naturaleza contra la opresión a la que es sometida.

Los objetivos iniciales del programa crítico

El marxismo, las ideas de justicia, igualdad, felicidad y democracia, finalmente para Horkheimer no eran más que un instrumento al servicio de la lógica de dominio. Pero él también desea un orden sin explotación ni opresión como el soñado por Marx, donde se produciría la reconciliación de individuo y sociedad en la unidad autónoma de una humanidad consciente y dueña de sí misma. La racionalización sirve, ante todo, al interés de la justicia, pero también al interés de la libertad, pues realizar una sociedad racional es el único modo de lograr una sociedad sin opresión.

La racionalidad técnica es la que culmina en el nazismo, la que se desarrolla al servicio de los intereses de los explotadores como falsa racionalización 'Teorías que presentan un punto de vista crítico de los procesos históricos se han convertido, a menudo, en enseñanzas de carácter represivo, al ser utilizadas como remedio universal”.

La Teoría crítica debe definirse, aunque sea negativamente, por oposición a dos tipos rechazables de razón: la razón instrumental de la ciencia positiva y la razón objetiva de la metafísica idealista.

Contradicciones del tardo-capitalismo

El capitalismo produce constantemente necesidades que no puede satisfacer, sobre todo, la necesidad de la eliminación del trabajo explotado como forma de vida. Pues el capitalismo depende de la reproducción e intensificación del trabajo explotado: los bienes de lujo, el reino capitalista de la satisfacción y del placer, son mercancías que tienen que ser compradas y vendidas: valores de cambio. Así es como el capitalismo transforma el reino de la libertad (que él mismo provoca y hace aparecer) en un reino de su necesidad: la producción de superfluidad, belleza, satisfacción; el trabajo de producción de bienes de lujo se convierte en trabajo socialmente necesario, inhumano, sin meta ni objetivos que hace la revolución imposible: imposible donde no se fundará en una situación de miseria material, sino en otra de la superabundancia. La idea de la justicia perfecta del mundo primitivo, la felicidad individual, aspiraciones religiosas, son generalizaciones extremas y reglas económicas condicionantes. Lo que distingue al hombre progresista del conservador es la conciencia de los límites de la racionalidad de estas ideas. (Horkheimer, M., Kritische Theorie)

El abandono de la esperanza revolucionaria

"Hemos llegado a la convicción de que la sociedad se desarrolla hacia un mundo administrado totalitariamente en el que todo estará regulado. Precisamente cuando se haya llegado al punto en que los hombres dominen la naturaleza, y todos tengan suficiente comida y nadie necesite vivir peor o mejor que otro, entonces acabarán siendo todos iguales, y todo estará regulado automáticamente".

El reino de la igualdad, realizado por el triunfo de la racionalización, no significa ya, al mismo tiempo, el reino de la libertad, sino, por el contrario, el momento de la opresión más brutal. Pues esa organización total, cada vez más eficaz, de la producción y del consumo que satisface las necesidades primarias de los individuos, se produce a costa de reabsorber todas las diferencias en la identidad, de neutralizar la autoridad del individuo y someterlo, por completo, a las exigencias de la uniformidad. Cuanta más justicia, menos libertad, y viceversa.

Querer realizar la igualdad implica limitar la libertad; dejar a los hombres en libertad conlleva, por el contrario, dar paso a las diferencias. El objetivo es pues recuperar la dignidad del ser humano y devolverle la libertad, denunciando los intereses totalitarios que animan los discursos ideológicos (filosóficos, científicos, religiosos y políticos) “Podemos señalar el mal, pero no lo absolutamente correcto”. Es sólo esta nostalgia la que hace posible la esperanza.

La teoría social del conocimiento: Theodor W. Adorno

Un mundo racionalizado y burocrático incluye tanto el dominio de la naturaleza como el de la vida social. Ya no hay sujetos individuales sino una masa humana. El hombre es una mecanización, estático, sometido, determinado hereditariamente dentro de la economía capitalista. Está condenado a sufrir sin solución un conflicto eterno entre impulso enfrentados mientras no se identifique con la estereotipada escala de valores impuesta. Su radical objetivación termina produciendo un carácter psicótico, presupuesto antropológico de todos los movimientos totalitarios de masas. Esta es la base irracional del capitalismo totalitario que hace imposible la genuina satisfacción, de ahí la generalización de la patología social que parece “normal”. Se desconfía de todo lo nuevo, se excluye lo que podría ayudar al sujeto a salir de su cárcel, esta es la teoría del conocimiento conservadora y reaccionaria tradicional, el odio a lo complejo y en cierta sintonía con los poderes y fuerzas opresivas de la sociedad.

La dialéctica es entonces un arma de lucha frente a la razón dominante: sólo en la medida en que la refuta y la supera se convierte ella misma en racional. Es el esclavo que el amo no puede nunca dominar a su gusto, lo que permite albergar la esperanza de que alguna vez se invierta esta relación.