sábado, 20 de junio de 2020

Es peor de lo que parece: Pandemias y colapso inducido



“El hombre … aún habla de una batalla contra la naturaleza olvidándose que, en el caso de ganar, se encontraría él mismo en el bando perdedor.” – Ernst F. Schumacher

En su obra Esperanza en la oscuridad, Rebecca Solnit describe escenas históricas donde emerge lo mejor de la especie humana y reconstruye sociedades que han sido devastadas por fenómenos extremos, de origen humano o natural. La necesidad de ayudar es el título de uno de sus capítulos, donde muestra cómo, tras un desastre, la pulsión de amor es ubicua, brilla una solidaridad antes desconocida alcanzando a todo lo importante mientras las tendencias a la barbarie son activamente contenidas. Vamos a tener que ejercer esta cualidad abundantemente en el futuro. Estamos en un nuevo escenario que nos brinda una oportunidad para extraer lo mejor de nosotros mismos.

En este sentido, antes de sumergirme en mi estilo habitual permítame también, querido lector, un preámbulo gozoso relacionado con el párrafo anterior. Esta crisis tiene un punto ético de altísima categoría. Tal vez en el futuro veamos que hemos sido pasto de un discurso fabricado – tipo 11-S – pero aun así afirmo y me congratulo del hecho de que es preciso reconocer y asentir éticamente al hecho de que la detención y confinamiento de medio mundo se hace ahora, principalmente, para poder atender a nuestros mayores y a las personas más vulnerables en términos sanitarios. En efecto, entre los menores de 50 años la mortalidad es muy baja o todos parecen poder tener acceso a un respirador si lo requieren. Aunque me inquieto por su perdurabilidad, lo que ahora estamos haciendo es intentar contrarrestar la tendencia natural a que, previendo la saturación del sistema sanitario, se deje morir sobre todo a los mayores. Al mismo tiempo surgen mascarillas populares por todas partes y grupos de ingenieros diseñan respiradores fáciles de fabricar masivamente.

Veo esto como algo extraordinario, aunque me inquiete por la perdurabilidad de este sentimiento, en este momento muy mayoritario pero que algunos gobiernos como el español parecen comenzar a orillar. Lo interesante es que este es un comportamiento de difícil marcha atrás. Si volvieran a aumentar las muertes por relajación de la normativa motivada económicamente, la demanda social para volver a las medidas drásticas sería enorme.

Me inquieta también la reacción de las élites, todavía no manifestada más allá de lo propagandístico y de proseguir su política de intercambio – y no de donación – consiguiendo prebendas adicionales, actuales o futuras, por parte del estado. Pero es todavía selectivo geográfica y afectivamente: ayer, 8.500 niños murieron por desnutrición, solo en África. Hoy, otros tantos.

El colapso era esto


En los últimos años se han ido constituyendo distintos grupos de personas, en su mayoría informales, que se reconocen bajo la denominación de colapsistas. Yo soy una de ellas. Llegué a este convencimiento en 2015 tras casi 10 años de estudio al darme cuenta, finalmente inequívoca, de la trayectoria de distintas variables que describían una senda de colisión a corto plazo de la humanidad en su conjunto contra los límites planetarios y contra la realidad misma. No sólo variables climáticas, no solo variables energéticas. También biológicas.

La posibilidad de una pandemia era algo que, dentro del mundo colapsista, formaba parte de las posibilidades de una realidad no lejana, aunque no estuviera en los primeros puestos de la lista. Todo epidemiólogo ha tenido siempre claro que un fenómeno de este tipo era algo muy plausible, y algunos siguen incluso afirmando que esta no es, o no es todavía, la gran pandemia que cabría esperar. Los Ehrlich, ecólogos poblacionales que tan denostados fueron en su día por los negacionistas de siempre, llevan avisándonos de esta posibilidad desde los años 60, cuando veían a las pandemias como un mecanismo corrector de la población mundial que ya atisbaban excesiva. David Quammen, autor premiado por la American Academy of Arts and Letters, lo advertía en 2012 en un famoso libro sobre la cuestión, donde señalaba los mecanismos de mutación que hacen a estos virus tan peligrosos para los humanos y calificaba el escenario actual como de pesadilla.

Rob Wallace, ahora en el Institute for Global Studies de la Universidad de Minnesota, editó un notable volumen en 2017 titulado Big Farms Make Big Flu[1], advirtiendo de los desmanes de la industria agroalimentaria – singularmente la ganadería – como la causante de una desestabilización biológica que lleva a la alteración de ecosistemas completos, lo que provoca ocasionalmente la liberación de grupos de virus patógenos. Quammen denunciaba amargamente la desatención de las sociedades al riesgo que genera la ganadería industrial por lo menos en este terreno. En 2017, una publicación médica especializada sugería ir formando a los futuros médicos para un “antropoceno panepidémico” provocado por distintas agresiones humanas a todos los hábitats naturales con los que interacciona.

Finalmente, el pasado otoño la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial emitieron un informe, que entregaron a la ONU, bajo el título de Un mundo en peligro. En el prólogo, firmado por Gro Harlem Brundtland y Elhadj As Sy (Cruz Roja) podemos leer:
“Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esa escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizados. El mundo no está preparado.”
La OMS advertía que había que estar preparados para la “enfermedad X”, y pedía a los gobiernos que se fueran preparando para una enfermedad de origen desconocido, que podría ser bastante más letal que la actual.

Al igual que con el cambio climático y la crisis energética, no podemos decir que no estuviéramos avisados. La única pregunta era cuándo ocurriría, mientras íbamos cruzando tantos dedos por tantas catástrofes anunciadas y desatendidas que ya no nos alcanzaba con todas las manos. Quienes han estudiado los colapsos de civilizaciones anteriores muestran que las pandemias se presentan a menudo en las fases finales, pues el aumento incesante de la población y la necesidad de una producción creciente aumenta la proximidad y así la transmisibilidad.
Y ahora resulta que esto del colapso, que para unos era una mera posibilidad, y para otros ya se había iniciado indiciariamente (muchos estamos convencidos de que el Titanic ya chocó con el iceberg hace ya algún tiempo, como mínimo de que ya no podía evitar el choque) se nos convierte en real, en cotidiano, 50 años después de las primeras advertencias, no solo poblacionales. Hasta el punto de tenernos a todos encerrados en casa.

El murciélago


Son muchos los informes y papers que llevan advirtiendo de la liberación o mutación de bacterias y virus de alta toxicidad para los humanos durante el cambio climático en curso. La fusión del permafrost es una de las fuentes de bacterias y virus, que se mantenían congelados y estarían ahora resurgiendo. Uno de los que mayor alarma causó fue la reactivación de ántrax. Zikas, ébolas, dengues, más malarias, enfermedades bien conocidas por los iniciados en los asuntos del clima son afectaciones a la salud humana cuya expansión no ofrece dudas en un escenario de calentamiento progresivo y desplazamiento hacia los polos de la fauna tropical.

En el caso del coronavirus parece claro que se ha originado en zonas muy contaminadas (Wuhan y alrededores), y en zonas muy contaminadas se está reproduciendo (Milán y alrededores). Una sociedad que permite estos niveles de contaminación está sin duda en situación de descontrol de sí misma (capitalismo). Contaminaciones visibles, algunas de las cuales pueden parecernos inofensivas por su lejanía geográfica, y contaminaciones invisibles (olfativa, acústica, lumínica, radioeléctrica, etc.), cuyas consecuencias nos empeñamos en desconocer.

Han circulado también teorías de la conspiración, que daban a entender que este virus regio podría haber sido sintetizado como arma de guerra bacteriológica por China, USA o uno de ellos simulando que fuera el otro, fabricado por un grupo de pirados convencido de que hay que reducir la población a partir del momento en que el PIB por habitante comience a disminuir, como de hecho ocurre ya. Sin duda habrá élites locas e idiotas, pero emplear un virus para estas cosas, sabiendo que nunca tienes la seguridad de que no te vaya a afectar personalmente, no debe ser la mejor estrategia.
Yo soy más partidario de explicaciones gaianas más genéricas, que tienen además la ventaja de que incluye a la conspiración como posibilidad concreta. Las esbozaré más adelante.

Por lo demás, que este tipo de virus podía pasar a los humanos y expandirse era algo conocido antes incluso del episodio de SARS de 2003. En 2007 se habían identificado en número de 36 las especies animales vectores de coronavirus, y se habían escrito ya nada menos que unos 4.000 papers al respecto. No nos ha cogido por sorpresa ni es ningún cisne negro, salvo para quienes solo preveían un único agente de ruptura, tal como el clima o la energía, mientras la satrapía humana se ha estado cebando en multitud de puntos, de hecho en todos aquellos en los que la naturaleza presentaba debilidades defensivas a corto plazo y adolecía de una respuesta inmediata y efectiva frente a nuestra capacidad de depredación. Que el factor estresante principal iba a ser la agricultura y ganadería industrial había sido advertido el pasado verano en un trabajo publicado en Nature Sustainability y firmado por 15 autores. Poco antes se había señalado como la reducción de la biodiversidad (eufemismo empleado para no hablar de liquidación inducida de especies o extinción) causada por la agricultura intensiva y ayudada por el cambio climático significaba un freno a la retención de patógenos de este tipo. Otro posible origen de pandemias para las que el ser humano no dispone de defensas adecuadas tiene su origen en la deforestación, por cierto habitualmente previa a una sustracción de espacio a la selva por parte de la industria agroalimentaria.

Una vez el virus alcanza a los humanos, de todas las posibilidades de transmisión del virus fuera de su lugar de origen resulta muy verosímil la que apunta a que los diseminadores han sido precisamente los viajeros entre China y Europa y Estados Unidos, en su mayoría hombres de negocios, historia que por otra parte explicaría algunas dudas iniciales de ciertos gobiernos europeos, como el italiano y el español.

El helicóptero


El estadounidense Nate Hagens, a la sazón vicepresidente de Lehman Brothers y Solomon Brothers, oil broker de Wall Street que a la vista del panorama saltó de esos barcos bastante antes de su derrumbe, lleva cierto tiempo advirtiéndolo: “Entre la semana próxima y los próximos cinco años el mundo experimentará un colapso que significará una caída de entre el 30 y el 50% del PIB mundial.”
Pues ya lo tenemos aquí.
En ningún momento Hagens señalaba un causante concreto, aunque desde luego la escasez energética, que él había anticipado desde sus privilegiadas atalayas, tenía todos los números. Las pandemias no figuraban entre los sospechosos habituales más citados – clima, energía – pero tampoco estaban ausentes de las listas, singularmente cuando se entraba en el terreno de lo viviente. Simplemente no se les había otorgado la importancia que ahora comenzamos a atisbar, y que de repente contemplamos de consecuencias mucho peores de lo esperado: el colapso mismo. Porque, querido lector, yo tengo ya pocas dudas: el colapso es esto.
Como he señalado al principio de este escrito, en realidad lo que induce el colapso civilizatorio no es la pandemia en si, pues a efectos meramente sistémicos podría transcurrir con una pérdida humana soportable si atendemos a los datos conocidos de afección y letalidad, que por lo demás siguen en discusión. Lo que provoca el colapso, que es económico, es precisamente nuestra respuesta ética de distanciamiento personal y ralentización inducida. De ahí las dudas de algunos gobernantes, que se han visto obligados a aparcar algunas tendencias eugenésicas justificadas por quienes su criterio ético principal consiste en numerizar monetariamente, también las vidas humanas, mediante el análisis coste-beneficio. Esta respuesta ética es consistente con las descripciones de Solnit, y motivo importante de esperanza en las respuestas consiguientes.

El colapso


¿A qué nos referimos cuando hablamos de colapso? Colapso es, esencialmente, pérdida de complejidad y, con ella, disminución de la población. Si disminuye la población y los sistemas humanos son menos complejos, en términos económicos podemos traducir este hecho en una pérdida de PIB, que puede ser más o menos acusada. El colapso se suele entender principalmente en términos de variables económicas, cualquiera que sea el factor iniciador. De hecho el colapso no necesita de ningún iniciador concreto: basta con la continuación del mismo proceso con intenciones de ad infinitum, tal que el business as usual.

El mundo puede estar de vacaciones económicas durante un mes, digamos agosto, mientras los turistas consumen lo fabricado en los meses anteriores, pero no puede estar dos meses con todo el mundo consumiendo solo lo básico. Simplemente no es posible retomar la actividad económica de manera regular tras un parón forzado de un par de meses y de este tipo no vacacional y no planificado.

Darle a la máquina de hacer dinero, que hoy en día se fabrica con algunos clics, tiene cierto sentido mientras siga siendo posible forzar el aumento de la competencia por la vía de la desregulación laboral y medioambiental, y mantener así la inflación a raya. O bien soy el rey de las divisas y puedo además exportar la inflación repartiéndola por el mundo entero, como hace USA con las pérdidas del fracking. Pero si no hay más productos, y desde luego si hay menos, la inflación está garantizada – previa deflación, eso sí, por la falta temporal de demanda inducida por el pánico.
Nos habíamos acostumbrado a creer que no había límites, aunque poco a poco los íbamos atisbando. El sistema financiero también los tiene y, aunque pueda inventarse el dinero, este es uno de ellos. Una renta básica universal para quien ya no pueda acceder a crédito podría sostener el sistema durante algún tiempo, pero dudo mucho que indefinidamente dada la drástica reducción de demanda que, en cualquier caso, resultará en primera instancia.

Pues bien: Jordi Galí, neokeynesiano doctorado en el MIT y ahora en el centro de investigación sobre economía internacional de la Universitat Pompeu Fabra, ha señalado que, si bien la crisis de 2008 conllevó una pérdida del PIB del 9% en ocho años, una extrapolación de la situación actual nos llevaría a una pérdida anualizada del 30-40%. Lo que decía Hagens.



Dinámica social del colapso


Hagens apuntaba que la caída sería mucho peor que en 2008, no solo porque la caja de herramientas económicas in system está ya agotada (tasas de interés negativas, dinero fiat al máximo) sino porque se pasaría del “too big to fail”[2] al “too big to save”[3]. ¿Qué es tan grande que no se pueda salvar? Grandes corporaciones y, sobretodo, estados. No tardaremos en ver una sucesión de estados fallidos, donde España tiene muchos números para estar entre los primeros tanto por su debilidad económica y endeudamiento insoportable como por su endémica incapacidad para estructurarse internamente y su mala fama internacional debida a su comportamiento en los últimos años (pero no solo), a lo que se añade una falta visible de liderazgo eficaz y el hundimiento de las estructuras europeas de solidaridad, si es que alguna vez las hubo.
¿Cómo es la evolución de un colapso de este tipo? Llegados a este punto conviene recordar las distintas fases del colapso enunciadas por Djmitry Orlov, un autor ruso americanizado que vivió algunas de ellas en ocasión del rápido colapso de la URSS tras la caída del muro de Berlín.


Fases del colapso


1-Colapso financiero:
Esta es siempre la primera fase, sea esta iniciada por una reducción de la energía disponible, bien por la acusada disminución de la actividad económica por alguna otra causa. Bien los bancos no realizan préstamos (creación de dinero ex nihilo) porque saben que no se lo van a devolver o, si son autorizados a ello con garantías del estado, la inflación que generan resulta en ese caso galopante. El colapso financiero es la pérdida de confianza en el business as usual.

2-Colapso comercial:
La inflación lleva a una fuerte devaluación del dinero. Muchas empresas se declaran en suspensión de pagos o directamente quiebran, desde las más grandes hasta las más pequeñas. La tienda de la esquina o bien ha cerrado o apenas dispone ya de mercancías y víveres. Muchas son asaltadas, pues todo el mundo se orienta a la supervivencia a corto plazo. Se entiende por colapso comercial la pérdida de confianza en que “el mercado proveerá”.

3-Colapso político:
El poder político intenta por todos los medios resolver los fallos de los suministros básicos, pero acaba mostrándose incapaz de ello incluso en las condiciones fuertemente autoritarias que llegaría a establecer. El colapso político es la pérdida de confianza en que los gobiernos pueden hacerse cargo de una situación de extrema necesidad.

4-Colapso social:
Organizaciones no gubernamentales y estructuras locales que intentar llenar el vacío de poder creado se van quedando sin recursos o sucumben a conflictos internos. El colapso social es la pérdida de confianza de que mi gente cuidará de mí.

5-Colapso cultural:
Los sociólogos afirman, en base a la experiencia histórica, que la diferencia entre la civilización y la barbarie son dos días de ayuno. Distintas virtudes humanas quedan orilladas. Muchas familias o parejas completan un proceso de desintegración ya iniciado. Ante la duda de matar o morir, muchos eligen lo primero, y quienes dudan pueden ser eliminados. El colapso cultural es la pérdida de confianza en que los míos cuidarán de mí.

Orlov, en escritos posteriores, sugirió incluso que esto era una versión moderada, y añadió además una sexta fase: el colapso climático resultante de un aumento brusco de la temperatura por reducción drástica de los aerosoles de azufre, que más adelante comentaré.

En el caso de la URSS este proceso en cascada pudo ser detenido en la fase 3 cuando el estado ruso consiguió, con la sobrevenida asistencia de Occidente – si bien condicionado al establecimiento de una estructura distinta – neutralizar la mayoría de las mafias locales y el surgimiento de señores de la guerra. Pero eran tiempos en que la complejidad podía restablecerse y seguir aumentando: los combustibles fósiles estaban todavía ahí para lo que se les pidiera.

En todo caso detener el colapso en esta fase resulta capital, imperativo, si se desea impedir la generalización de los peores instintos, cuya censura social quedaría entonces atenuada por el estado de necesidad y a la vista de su creciente y contagiosa ubicuidad.

De hecho, aunque ahora pueda sorprender a muchos, antes de la pandemia estábamos ya en la fase 1: el colapso ya se había iniciado por la sostenida reducción de la energía neta, que impedía el aumento de la actividad para poder devolver las deudas o resolver cualquier problema mediante ingeniería social basada en aumentos de complejidad. Nuestra reacción a la pandemia le ha dado el empuje definitivo, y ahora el colapso financiero y sus consecuencias se manifestarán en toda su crudeza. Al igual que en colapsos anteriores, la limitación de recursos, hoy global, ya era patente para quien quería verla. Apunté los mecanismos del colapso aquí hace algún tiempo, pero no habia hecho incapie en la pandemia hasta ahora.



Disrupciones de suministro y crisis alimentaria inminente


Comprenderá usted que para evitar la madre de las hambrunas lo más básico, lo que nunca debe fallar, es la agricultura. Pues bien: en 2015 un análisis del sistema alimenticio de los Estados Unidos mostró que las pandemias son lo peor, porque en el caso de que la crisis económica se llevara por delante el 25% de los empleos totales eso conllevaría necesariamente escasez alimentaria por disrupción de las cadenas de suministro a lo largo de los sucesivos eslabones en la cadena de valor de la red agroalimentaria industrial.

Invito al lector a adoptar un punto de vista logístico, pues encontramos el problema principal en la disrupción de las cadenas de suministro de una economía en red. No parece posible en la actual economía de mercado en red desactivar unos sectores y otros no; esta afirmación vale por lo menos para algunos productos esenciales, como la alimentación. No hay leche sin algún tipo de envase hermético, no hay envase hermético sin una industria de transformación de plásticos o de metales detrás, no hay fabricación de envase sin la materia prima plástica ni las máquinas adecuadas, que hay que mantener cuando no renovar. Estas máquinas no existen sin unas empresas especializadas en ensamblar una gran cantidad de componentes de orígenes diversos. Obsolescencia, programada o no, la habrá tarde o temprano.

Pues nada menos que la FAO ha advertido ya de una crisis alimentaria inminente. De hecho, los bancos de alimentos de los Estados Unidos, que además en una gran parte son financiados privadamente, se están quedando ya sin víveres.

De la misma forma, si bien parece posible detener la incesante renovación del software por considerar ya suficiente el nivel alcanzado, el hardware es decisivo. Los ordenadores, móviles y tabletas acaban fallando, aunque las que son completamente de estado sólido, sin partes en movimiento, pueden durar bastante tiempo y sucumbir finalmente al desgaste de las soldaduras, que es lo que suele ocurrir cuando fallan las placas madre de los PC. Pero los discos duros, sobre todo los de las inmensas granjas los de servidores de Internet, se estropean y además bastante, porque los ingenieros han llegado a la conclusión de que salía más a cuenta no instalar discos de alta durabilidad, sino normales, e ir sustituyéndolos a medida que van fallando, pues su duración media es de unos pocos años. ¿Durante cuánto tiempo habrá repuestos disponibles? ¿A qué precio?
Por su parte la fabricación de procesadores requiere de unas condiciones de trabajo de extrema pureza y de cadenas de suministro que llegan a requerir casi todos los elementos de la tabla periódica. Cómo se consigue esto sin la minería extensiva? Son estas actividades no esenciales? Ocurre que la 2ª ley de la termodinámica es inexorable … y todavía hay gente que no se cree ni la primera, o hace como si no existiera.

Y es que un decrecimiento no gestionado, por lo demás probablemente no gestionable, impacta tanto a los productos y servicios indeseables como a los deseados.

Impactos climáticos del coronavirus


Muchos podrán pensar que un colapso, similar al que se está viviendo, tendría efectos beneficiosos en el clima, dado que la reducción drástica de la actividad, de las cosas que se mueven, o sea del PIB – que es lo que en realidad acaba midiendo como proxy – va a suponer una fuerte caída de las emisiones de CO2 y de otros compuestos dañinos cuando lo son en exceso.

Dentro de pocos meses algunos – yo también – nos alegraremos de que las emisiones de 2020 hayan disminuido de manera muy notable. O incluso ahora, pues en China las emisiones en febrero han disminuido un 25% en solo tres semanas. Pero habremos medido la concentración en la atmósfera y oh, a pesar de ello, habrá seguido aumentando. Tal vez no exactamente al mismo ritmo que hasta ahora, pero no va a ser nada significativo salvo que las emisiones globales se limitaran a alrededor del 10% de lo que eran hasta anteayer.

No va a ser esa la única situación contraintuitiva con la que nos vamos a encontrar. La más chocante será que la temperatura media de la Tierra puede aumentar bruscamente más allá incluso de las más recientes predicciones de aceleración. Bruscamente, si. ¿Por qué?

Tras un fuerte descenso de la actividad y de la generación eléctrica, los aerosoles resultantes de la quema de combustibles fósiles habrán decaído en cuestión de semanas y dejarán de ejercer su efecto de apantallamiento. Bueno para la atmósfera, pero eso conllevará un aumento brusco de la temperatura media de la Tierra, con los efectos conocidos. Sabemos que, junto a la nubosidad, el efecto de apantallamiento de los aerosoles es uno de los aspectos de la ciencia climática peor cuantificados, pero podemos decir con confianza que el aumento de la temperatura, si desaparecieran todos los aerosoles de este tipo, sería superior a +0,5-1 ºC, y podría llegar a ser de hasta 3 ºC.
Podemos pues esperar altibajos térmicos superiores a lo que hemos visto hasta ahora, y también mayores eventos extremos de todo tipo, con importantes oscilaciones.
Hasta aquí las reflexiones reduccionistas.

Visiones holísticas


Luego está la forma holista de examinar la cuestión. Hay por lo menos dos formas de realizar una aproximación holística, aproximaciones a la realidad que tengan sentido en el marco de sendas homotecias que llamamos metáforas: la cibernética y la orgánica. Es decir, la aproximación mecanicista y la aproximación vitalista. En esta visión ampliada, el murciélago y el helicóptero pintan relativamente poco.

James Lovelock y Lynn Margulis fueron las dos personas que, desde los años 60, propugnaron la denominada hipótesis Gaia, convertida posteriormente en teoría científica solo a partir de 2003.
De hecho, Lovelock vaticinó en su libro La Venganza de Gaia de 2007 que:
“Las enfermedades actuales como el dengue, el chikungunya, el virus zica, el sars, el ébola, el sarampión, el coronavirus actual y la degradación generalizada en las relaciones humanas, marcadas por una profunda desigualdad/injusticia social y la falta de una solidaridad mínima, son una reacción, hasta una represalia de Gaia por las ofensas que le infligimos continuamente.”


Holismo gaiano cibernético


En términos de Gaia cibernética el brote pandémico nos sitúa frente a lo que en sistemas complejos se denomina avalancha, a saber, el momento en que un sistema que se auto-organiza alcanza un punto crítico, denominado self-organized criticality. A efectos prácticos ya estábamos prácticamente ahí, a punto del colapso energético, como pronto se percibirá en toda su crudeza.
Piense en la avalancha como los pequeños derrumbes primero, y los más grandes después, que se producen a partir de cierto momento cuando se van añadiendo sucesivamente granos en una pila de arena. Que este tipo de colapsos se van a producir es algo previsto por la teoría de forma incuestionable – es de hecho una certeza matemática – pero esa teoría nos dice también que nos es imposible saber en qué momento concreto ocurrirá – aunque podamos ir acumulando señales que nos anticipan la cercanía del fenómeno. También sabemos que es imposible que podamos predecir determinísticamente cuál será el estado resultante del sistema. El teórico Per Bak demostró que estas dinámicas aplican también a la evolución de las especies biológicas, y que es compatible con la teoría de la evolución denominada de los equilibrios puntuados.

Esta certeza matemática lleva a Bak a escribir: “Self-organized criticality can be viewed as the theoretical justification for catastrophism.”
Presumiblemente, estamos ya en esta criticalidad. Las economía global es a su vez un sistema auto-organizado, un sistema disipativo de energía que crece durante un cierto tiempo – que pueden ser algunos siglos – pero que, indefectiblemente, acaba colapsando tarde o temprano bajo su propio peso de una forma relativamente abrupta, desde luego con una pendiente de descenso mucho más rápida que la experimentada durante la fase de crecimiento. Es el denominado efecto Séneca bautizado por Ugo Bardi, bien conocido por los estoicos y recuperado hoy matemáticamente. La economía es un sistema complejo, de hecho un subsistema del sistema Tierra subordinado a la biología, como bien asumen los economistas ecológicos.

Holismo gaiano orgánico


Esta aproximación de orden cibernético no debería impedirnos el examen de otras realidades más allá de esta misma. Con cierta desenvoltura, James Lovelock fue oscilando durante toda su vida entre este modelo cibernético, geomecánico, el único que finalmente fue aceptado por el paradigma académico vigente en la academia, y el modelo vitalista, el que apunta a la Tierra como un ser vivo.

Hoy, la Gaia cibernética está en vías de ser completada por la teoría de Gaia orgánica, siendo Carlos de Castro quien más lejos ha llegado en su proposición teórica, singularmente en su reciente obra subtitulada A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis – que nos llega diez años después de su primera excursión al respecto que acaba de ver una segunda edición – y un par de aproximaciones en forma de novela. Es bajo esta luz que contemplo cada vez más muchos fenómenos extremos, que me resultan compatibles con esta cosmovisión organicista que por lo demás muchas civilizaciones, no tan arcaicas, habían adoptado históricamente de forma natural. De hecho, así fue hasta la llegada del denominado Renacimiento – con permiso de los románticos.

Lynn Margulis decía que somos bacterias. También somos virus. Estos han sido esenciales en la evolución, y lo siguen siendo. La especie humana, como todos los mamíferos superiores, convive simbióticamente con millones de virus y bacterias, hasta el punto de que la clase médica se plantea si establecer un nuevo sistema, denominado bioma, al mismo nivel del digestivo, nervioso, etc. Cada uno de nosotros somos portadores de millones de virus y bacterias autónomos, que no son propiamente nosotros pero sin los cuales no podríamos sobrevivir y ni tan siquiera existiríamos. Unos pocos son agresivos, pero son mantenidos a raya por otros muchos, de carácter defensivo.

Examinando los distintos impactos del cambio climático en los últimos tiempos he ido quedando crecientemente estupefacto y horripilado al ir siendo consciente de la extrema magnitud de la agresión de la especie humana a su propio hábitat – no solo en términos de cambio climático – con su manía de artificializarlo todo por la vía de la dominación de la naturaleza. Es mucho peor de lo que yo mismo esperaba.

La devastación producida por la deforestación y el vaciamiento orgánico de seres vivos ecosistémicos tales como las selvas tropicales; el destrozo generalizado de los océanos, agredidos despiadadamente y que pagan masivamente con sus vidas nuestra indiferencia; la evitación y apagado del fuego ecológico; la persistente liquidación de biodiversidad – es decir, la extinción masiva de individuos, de especies y de vida – a través de pesticidas, la destrucción generalizada de hábitats, el envenenamiento tóxico y radioactivo; el uso generalizado de antibióticos en la producción ganadera …
La sospecha de que la biosfera, o Gaia, no se mantendría pasiva ante tamaña agresión iba tomando forma. Cada vez más, hemos ido percibiendo los fenómenos extremos, climáticos o no, como manifestaciones de la ira de la Tierra, expresiones de dolor en el mejor de los casos o de rabia airada y legítima defensa en el más extremo. Los fenómenos extremos como reacción: Gaia está harta de nuestro proceder, y se protege.

Ejemplos no faltan. Tempestades inauditas en lugares extraños – léase Gloria – y normalización de inmensas alturas de oleaje antes insospechadas se me antojan un reflejo, nuevamente una metáfora si usted quiere, de la ira de los océanos. Nuevos tipos de incendios, denominados ahora megaincendios o incendios del cambio climático, desafían el conocimiento de gestores forestales volviéndose contra los propios bomberos y la población desprevenida de forma súbita e inesperada, como exigiendo un derecho (y necesidad) a quemarse del que les llevamos privando desde que contemplamos a la naturaleza como un mero jardín. Gaia está reaccionando también acelerando su metabolismo, por ejemplo reactivando las corrientes oceánicas o entrando en estado de fuego ubicuo en las selvas y las toberas de medio mundo desde mitades de 2019 hasta anteayer.

El libro de Lovelock estaba centrado en el calentamiento global, y consideraba a éste como una fiebre de Gaia que reduciría el forzamiento antropogénico por la vía de la reducción de población, y no como un ser consciente de su acción.

Pero yo sí hablaría de venganza, siquiera metafóricamente, venganza defensiva si usted quiere. Porque Gaia está hasta las narices de nuestros slash and burn y drill baby drill, de nuestra alteración de la composición atmosférica y de los mares, de nuestra ubicua diseminación de hormigón y de nuestra propagación electromagnética desatada. Está harta de nuestros pulsos infantiles contra ella, cansada de nuestra imbecilidad adolescente creyendo que podemos prescindir de ella. Peor aún, creyendo que podríamos dominarla. Gaia harta pues no tanto (necesariamente) de nosotros, sino de nuestra agresiva civilización.

Y de repente llega un virus coronado. Virus que, diríase, es perfectamente consciente de nuestras limitaciones perceptivas e intelectuales y que se ha propuesto evidenciárnoslas para ver si vamos aprendiendo algo de una puñetera vez. Virus que podría provocar la apertura de algunas ventanas de nuevo conocimiento transformador, que examinaremos en una segunda parte.

Notas

[1] Macrogranjas conllevan grandes gripes
[2] Demasiado grande para caer
[3] Demasiado grande para ser salvado